EL ENTIERRO DEL TÍO ÁNGEL, EN CHUQUIRIBAMBA
A los 14 años de su partida
Leyendas y tradiciones andinas
para recordar el día de los difuntos
Mi abuelito decía “hay que buscar las betas y los largueros para amarrar bien la caja y madrugar a enterrar al muerto, porque más tarde nos coge el sol.” Precisamente por eso debió haber sido que, a las primeras horas de la mañana, todos los músicos de la banda “Ecuador” dirigida por Lucho Tene, ya venían allá en la entrada del Camino Real, cada quien con su instrumento: José Valle con el bombo; Rigoberto Valle, con el redoblante; Ignacio Aguinsaca con el saxofón; José Pío, con el clarinete, Simón Tene, con el Barítono, Deyvis Gutiérrez con la trompeta, y Enrique Curipoma con los platillos.
El tío murió el viernes en la madrugada, hoy domingo lo van a
enterrar. Por eso desde las siete de la
mañana los dolientes ya comenzaron a repartir unos platos grandes de caldo de
res con mote y uno de bistec con yucas a toda la gente que amaneció en el velorio. A los músicos en una mesa aparte les brindan
canelazos y comida. Luis Pauta (alias Alambre)
les dice: “coman bien, para que avancen a soplar toda la mañana, porque el
camino es largo”. Efectivamente para
llevarlo al cementerio hay que caminar algunos kilómetros.
Desde la esquina de la casa que está muy cerca al cerro Santa Bárbara, por
el llano grande y el pajonal se ve llegar poco a poco a la gente que quiere
despedir al tío Ángel. La casa resultó pequeña
dice mi hermano. Llega muchísima gente
desde diferentes lugares. Tres buses
llenos desde Yanzatza, uno desde El Pangui y otro desde Cuenca. Para llegar a la casa del finado, desde
Chuquiribamba, los carros tienen que seguir el camino viejo que conduce a
Santiago, hasta Tierra Blanca y de ahí caminar unos quince minutos. Vemos furgonetas, carros pequeños y
camionetas que estos días por primera y única vez tienen que estacionarse en
los llanos que quedan a la orilla del camino.
Dos noches se lo veló en la casa de Quilloturo. Así es la costumbre aquí, dijo la tía Carmen
Medina. Taita Tomás Sivisapa contaba
que anteriormente a los finados los velaban tres y hasta cuatro noches. Claro, es que solo aquí se puede hacer
esto. El vivir muy cerca al cerro nos
favorece.
La casa es una de las más alejadas del pueblo y el finado había dicho, “si
la familia, y los amigos me quieren... aquí me han de velar y de aquí me han de
llevar al cementerio”. Es por eso
que los hijos cumpliendo su último deseo, arreglaron los funerales en este
lugar que, aunque alejado del pueblo, resultó bastante concurrido. Continuamente llega gente portando ramos y
coronas de flores, para darle el último adiós.
En las dos noches, doña Rosaura Medina y unas hermanitas franciscanas,
hicieron rezar el rosario y de momento en momento, los acompañantes cantaban el
“Salve, Salve Gran Señora”, “Sangre
preciosa”, y otras canciones religiosas; en tanto, los que no daban en el
salón, se congregaban en el patio para encender fogatas de leña y abrigarse del
penetrante frío. Otros en cambio, en el
cuarto adyacente, apretujados como coyotes, tratan de conciliar el sueño por la
mala noche anterior; ahí estaban el Dr. Lucho Cuenca, los hermanos Alberto y Aníbal
Pucha, los hermanos Víctor, Gonzalo y Digna Sivisapa, la Hna Rosa Alegría Sivisapa
con la Hna. Lucía, entre otros.
A un lado de la casa, la familia improvisó un fogón grande para preparar el
“caldo” de la vaca, que Baudilio y Dositeo Pauta la pelaron en la mañana del
viernes, para dar de comer a la gente que llega al acompañamiento. Sobre las hornillas de las cocinas, hierven las
ollas de caldo, arroz, mote y yucas, y la María Aguinsaca con doña Rosa Medina
están a la expectativa del que llega para brindar “el caldo”, en el corredor de
la casa, en el patio o cerca del capulí.
Seguimos manteniendo la costumbre, dijo su hijo, Gonzalo Sivisapa. “En el entierro de un mayor, no debe
faltar la comida, el trago y la banda de músicos para el traslado. Mi papacito como ya sintió que la muerte
estaba cerca; dejó ordenando que para su entierro pelen la vaca pintada y el
chulla de la yunta”. Si, precisamente
por eso nadie se queda sin comer y sin tomarse un canelazo.
Son las diez de la mañana, y comienzan a sacar el ataúd desde la sala de
velación. En una esquina del patio ya
están los músicos, tocando las piezas que más le gustaban al finado; en tanto
que los familiares no se resignan a dejarlo partir. Lamento y lágrimas se ve en todos, unos se
enjugan las lágrimas y otros lanzan pétalos de rosas al ataúd.
Con un penetrante sol, siguiendo el Llano Grande, por una larga travesía,
con la Banda de músicos adelante, se pierde la multitud llevando en hombros el
ataúd del tío Ángel y tras él muchos niños con velas encendidas, ramos de flores
y coronas.
A las once y media del día llegamos hasta el pueblo, en gran procesión
pasan por la plaza central y se dirigen por última vez a la casa que la ocupaba
para llegar los domingos a cambiarse el sombrerito. En este momento comienza el primer doble de
las campanas, la pequeña suena: tin, tin, tin, tin, tin, tin, tin, tin, tin,
tin y remata la grande: tan, tan, tan…
A las doce del día, en la iglesia parroquial celebran la misa de cuerpo
presente; luego en gran multitud, en hombros de sus hijos y sobrinos sale el
féretro acompañado de la banda, el cura y el sacristán adelante portando una
cruz grande. Recorren algunas cuadras
y llegan al Cementerio General en donde el panteonero está listo con el vailejo,
pedazos de ladrillo y la mezcla de cemento con arena para colocar la tapa de la
bóveda en donde se quedará para siempre.
Mientras tanto, las notas melancólicas de la “banda de músicos”, se difumina a la distancia, le despide con
sentidos yaravíes y la tonada “Vasija de barro”, combinando con el dolor y el
llanto de los deudos.
Cae el sol y la gente con un dejo de tristeza y pena, en pequeños grupos se
aleja del cementerio, como que en sus adentros fueran diciendo “hasta luego
Tío Ángel, pronto estaremos juntos”.
COMENTARIO AL
RELATO, REALIZADO POR EL ESCRITOR, NOVELISTA Y LITERATO PERUANO, JUAN FELIX
CORTÉS ESPINOSA, DESDE LA CIUDAD DE TRUJILLO.
(…)
“El entierro
es deslumbrante, diría, es parte de la cultura popular, los
asistentes durante el velorio participan de una gran comilona y en
estas circunstancias una vaca pintada es sacrificada y en el ambiente rural
todos se conocen y todos participan de una idiosincrasia auténtica, es una
realidad social que ha nacido desde las raíces profundas de los pueblos
milenarios.
Las
costumbres y las tradiciones en nuestros pueblos se han consolidado de
generación en generación, el entierro del tío Ángel es multitudinario, visita
lugares del pueblo donde nació y transitó y en este acontecimiento no
podían faltar los sonidos de las campanas y la pequeña iglesia como
símbolo de la eternidad que acompañará al tío Ángel”.
Tomado del libro de leyendas y tradiciones: Cántaro
de eternidad Tomo 2, página 33 / abril 2013.
Autor del libro: Eduardo Pucha Sivisaca.
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