miércoles, 16 de enero de 2013

TAQUIL: Los arrimados de Cera

LOS ARRIMADOS DE LA HACIENDA CERA



“Indios y blancos escribieron esta parte de la historia, no con tinta en los libros de texto sino con sufrimiento humano, pesadumbre, miedo, sangre y muerte”
Jerry Gentry




El barrio Cera de la parroquia Taquil, por ancestro es una comunidad de alfareros, se diría única en la provincia de Loja.   Aquí se elaboran las ollas de barro que son comercializadas en todas las comunidades cercanas. 
Don Celso Veliz, oriundo de este lugar, bien comunicativo y espontáneo dice: esta zona era parte de la hacienda que pertenecía a los señores Burneo desde tiempos coloniales; y, se extendía desde Salapa hasta Gonzabal, es decir ocupaba gran parte de lo que hoy son las jurisdicciones de El Valle, Taquil y Catamayo.   Mis abuelitos trabajaron en calidad de arrimados aquí.  
¿Qué sabe de esta hacienda?, -le pregunto-  Él responde, ahí estamos un poquito con la historia fraccionada; pero, comentaban los abuelitos que perteneció a los herederos de Don Juan de Salinas.   También decían que posteriormente heredó una monjita  de apellido Burneo; pero ella en calidad de religiosa no podía tener bienes, por lo que le donó a su sobrina, quien posteriormente se casó con don Ramón Burneo.  
¿Quién era don Ramón Burneo?  -continúo-  Era un hombre alto, blanco, de ojos claros, simpático; pero, pobre, pobre, pobre…   ¡Así de simple!   
Se casaron en Gonzabal.   Personas que aún viven dan testimonio de eso; una de ellas cuenta que su abuelita veía como don Ramón venía por el camino real, montado en un caballo blanco a cortejar a la chica y, después de casados vinieron a vivir aquí.   Estamos hablando del año de 1700 más o menos.   Han pasado más de tres generaciones  y son los mismos Burneo, dueños de estas tierras.  
De lo que últimamente dan razón, esta hacienda pertenecía al Dr. Vicente Burneo y, él en vida repartió a sus herederos: Salapa y Cachipamba para la Sra. Lucha; Cera para Don Vicente y Gonzabal para Don Alfredo, desde entonces quedó fragmentada.   Ellos fueron los últimos dueños.
Hay muchas historias que contar.   Dicen que estas tierras fueron “comunales” porque el Rey de España así lo dispuso; las otorgó para uso exclusivo de los indígenas; sin embargo vino más gente de España, nos despojaron y sometieron al sistema feudal.  
Aquí vivían nuestros abuelos haciendo ollas de barro y taltaquis (vasijas para guardar los granos).   Vinieron los conquistadores y los asediaron primero a los Gonzabales y otras comunidades; entonces los Ceranos evitando someterse, huyeron a las montañas de Zota; los de Curipamba e Ingapirca –dicen que- cavaron hoyos profundos para familias enteras enterrarse vivos en sus taltaquis.   ¡Mire usted, prefirieron morir antes que someterse!   ¡Son historias conmovedoras que al calor del fogón nuestros abuelos contaban.
La osadía de esta gente por adueñarse de Cera,  hizo de que se buscaran pretextos; cuentan que en una ocasión se  había pasado del río para este lado una vaca de los patrones, y entonces un indígena la ahuyentó con un perro, la vaca corre y al saltar se rueda y muere; entonces los indígenas quisieron reponer, pero ellos no aceptaron, más bien aprovecharon esta circunstancia para adueñarse y someternos a los que aún quedábamos; desde ahí dicen que se extendieron más sus dominios de la hacienda incorporando las zonas de: Chamana, Salalón, Higuerón, Cochaloma, Gentil. Cashapamba, Choras, Curipamba y más abajito Ingapirca. 
Don Lauro Lituma quien hace poco murió, tenía 102 años, decía que tiene el documento de pertenencia de las tierras comunales emitido por el Rey de España.  Entonces junto a un señor de apellido Malla y otro Buele, con el documento en mano se van a Loja donde el Dr. Bayancela, quien luego de leerlo y analizarlo les sugiere que se vayan al Ministerio de Previsión Social en Quito a reclamar, porque esas tierras son “comunales” y les pertenece.   ¡Se fueron!
Mi abuelita recuerda, que hasta altas horas de la noche trabajaban haciendo ollas para venderlas y aportar con algo a los comisionados que se iban a Quito; en tanto que otros vendieron sus chanchitos y otros animalitos. ¡Todos apoyaron!
Llegó el día y los comisionados se marcharon caminando, primero a Machala, para de ahí pasar a Guayaquil y luego a Quito, llevando en sus alforjitas cucayo y máchica de fiambre.   Cuando pasaron Balzas, la Avanzada, Santa Rosa y Machala se sorprendieron al ver las casas desplomadas, destruidas y en el suelo.   ¡Eran las secuelas de la Guerra del 41.  
En Machala se embarcaron en el buque “Simón Bolívar” a Guayaquil; y de ahí tomaron el tren rumbo a Quito.  
Cuando llegaron al Ministerio de Previsión Social y presentaron los documentos, se dieron cuenta que iban a fracasar porque los funcionarios se mostraban del lado de los hacendados; además viéndolos con poncho se burlaron, los humillaron riéndose.   ¡No quiero entrar en más detalles!, pero, la verdad es que los trataron muy mal.
Fíjese, cuando regresaron de Quito, antes que lleguen a Cera, los patrones ya sabían todo lo ocurrido allá, pese a que en ese tiempo no había internet ni celulares. 
Después de unos días, cuenta mi abuelita que vio a más de  veinte soldados montados en acémilas llegar  preguntando por Lauro Lituma y don Malla, posteriormente los botaron de la hacienda.  ¡Mire! ahí en ese lugar donde sacamos el barro para hacer las ollas había una casita, ¡la quemaron!, a las otras… igual.   Don Octavio Robalino, ese día se casaba, entonces la fiesta no la pudo hacer, porque ya no tenía en dónde.
Este fue el precio, que pagaron nuestros abuelos por reclamar sus derechos; para vivir  con dignidad; lamentablemente no lograron y tuvieron que seguir igual, continuar pagando las “obligaciones”, forma de trabajo que se inventaron para cobrarnos por la prestación de las tierras.   Habían las “obligaciones generales” consistente en realizar la limpieza de todas las acequias de la hacienda; luego las “huasicamías”, en que cada familia tenía que vivir una semana en la casa de hacienda deshierbando la huerta, ordeñando las vacas, cuajando los quesillos, sacando la mantequilla, cuidando los borregos, chanchos, pavos, cuyes y gallinas, que eran por cientos.   Además  sacar y transportar los “mishques” (jugo de los pencos) para engordar los chanchos.  Para que realicen estos trabajos el patrón no les entregaba ninguna herramienta, teniendo que los arrimados arreglárselas como puedan.   En este son, ¡salía una familia y entraba otra!
Otra obligación que se aplicó, eran las “vaquerías”, es decir el cuidado de todo el ganado de la hacienda; también la de llevar la providencia a la ciudad de Loja e igual pasar allá en la casa del patrón una semana haciendo trabajos similares a las “huasicamías”  
Y para los niños menores de diez años, con el pretexto de que se les debe enseñar a trabajar,  también les instauraron una obligación denominada el “comedimiento”, para que barran la casa, espanten a los pájaros de las cementeras, cojan hierba para los cuyes, boten el maíz a las gallinas, etc.
Todo el tiempo tenían que pasar cumpliendo “obligaciones”, por lo que les quedaba pocos días en el mes para trabajar en su casa.   Se daban casos que algunos indígenas por su vejez no podían cumplir la “obligación”, entonces ésta la heredaban los hijos.
En 1960 gracias a la Reforma Agraria aplicada en el Ecuador, se realiza la parcelación de las haciendas y Cera no es la excepción, entonces a los arrimados nos dieron en propiedad pequeñas parcelas, aunque la ley decía que tienen que recibir el veinte por ciento del total, no fue así, pero bueno, algo es algo.