martes, 15 de febrero de 2011

CATAMAYO: El museo de Ishpingo

EL MUSEO DE ISHPINGO


Por: Eduardo Pucha S.

Esto de coleccionar antigüedades es mi entretenimiento, por eso cuando me muera, quiero que me pongan en el ataúd, las piezas arqueológicas y los billetes de mi colección. ¡Feliz me voy a la tumba!
Duermo y sueño coleccionando. Por eso estoy adecuando este pequeño museo que se llama “Camino del Inca”.
¡Amigo!, vea usted, vienen los gringos y se llevan todas las piezas arqueológicas que encuentran; por eso me decidí a coleccionar las piezas antiguas que aún se quedan aquí. Quiero que se conserven en nuestro país. Este entretenimiento de coleccionar antigüedades empezó hace unos 15 años, al inicio no lo tomé en serio, pero poco a poco fui encariñándome y cuando salí a Loja conocí a don Julio Palacios, Celso Palacios, Benjamín Hidalgo, Tulio Bustos y otros, y a través de sus conversaciones me di cuenta del valor que había tenido el trabajo en que emprendí.
¡Mire!, lo que tengo en estos estantes: imágenes religiosas talladas en madera del tiempo de la colonia, monedas antiguas que las utilizaron los españoles cuando vinieron a colonizarnos, monedas y billetes de todos los países del mundo, piedras múchicas de nuestros aborígenes, las hachas de piedra de los Paltas, el yugo, el arado, las árguenas de cuero, bateas de madera, lámparas petromax, reverberos, relojes con péndulo, planchas, cuadros, teléfonos, escopetas, cerámica primitiva, etc.
En una esquina están unas piedras largas y puntiagudas de regular tamaño, cuenta que las trajo de Quilluzara. En una esquina de su casa observo una piedra grande casi cuadrada que en uno de sus costados se ve en líneas color rojizo la silueta de la virgen. ¡Sorprendido le digo!, esta piedra estaba colocada en la cerca del camino que colinda con los terrenos de la señora María Sinche, allá en Chantaco. La gente de ese lugar la conocía como “La virgen de la Piedra”; Ishpingo un poco titubeando me responde, efectivamente, es la misma. Yo me la traje de ahí hace cinco años.
-Continúa- ¡Verá! Yo soy de Chantaco. Ahora tengo 46 años de los cuales 10 viví en mi tierra, 5 aquí en Catamayo, 7 en el barrio Cera, 7 años en Loja, y ahora estoy aquí en el Guayabal.
Volviendo a lo de la piedra, ésta la conocí de niño. Cuando tenía 7 años recuerdo que mi mamá le adornaba con flores del jardín y silvestres. Toda la gente del barrio la veneraba. Cuando tenía 40, mi mamá rompiendo el silencio de su secreto me confesó que la señora María Sinche es mi abuela. Entonces sabiendo eso, con más confianza fui donde ella con un agrado, y le pedí que me regale la piedra, a un inicio no quiso, pero al fin cedió y dijo ¡llévatela pues!
Entonces, fui un día a Chantaco llevando un camión “dos cincuenta” con el propósito de traerla a la piedra. Solicité a la gente de allá que me gane en calidad de peones, pero no querían, porque decían que la Piedra es del barrio. Tuve que ofrecerles trago y guarapo, buena comida y pagarles 10 dólares a cada uno para que acepten. Entonces nos fuimos hasta el camino en donde estaba la piedra, movimos la cerca y luego haciéndola rodar la cargamos al camión. ¡El hecho es que me la traje!, y cuando ya la subí al carro, los moradores del lugar me decían: ¿quién te la dio a la piedra?, ¿por qué te la llevas? entonces yo respondía, ¡mi abuelita me la regaló!
La gente parece que tenía resentimiento por lo que había hecho. Pero, bueno, a la Virgen de la Piedra” ahora la tengo aquí y pienso hacerle un pedestal para colocarla en un lugar vistoso a que los peregrinos que van a visitar a la “Churonita” en El Cisne, también la vayan mirando a mi “Virgen de la Piedra”.
¿Qué peso tiene la piedra?, le pregunto, y él sonriendo me responde, ¡Ave María!, debe tener cerca de una tonelada, es recontra pesada, para sacarla a la carretera fue bien difícil, la hacíamos rodar cuatro metros y descansábamos, continuábamos empujándola con palancas y barretas. Pasé un día con la gente, dándoles fresquito, colas, sánduches, con la finalidad de traérmela.
Don Juan Agüinsaca, alias “Ishpingo”, ahora vive en El Guayabal, tiene una pequeña casita cerca del puente, y se dedica comprar chatarra y a vender guarapo, rompenucas y leche de tigre.
Termina contándome que mucha gente que viene a visitar su museo, presume de su condición social, los títulos que poseen y cargos que ocupan. Es ahí es cuando me emputo y les digo: soy PHD, tengo dos masterados y soy ishpingólogo. Sorprendidos preguntan, ¿en dónde estudió?, entonces respondo, en la Universidad de La Calle.
Efectivamente, nos graduamos en esa Universidad quienes hemos sufrido, hemos sentido en carne propia el dolor, la pobreza, la explotación. Mi niñez fue eso: lustrabotas, vendedor de helados, gelatinas, mesero, en fin. Recuerdo que cuando trabajaba en un restaurant, cogía los huesos del cuarto de pollo que dejaban los ricos, los chupaba y ¡qué sabrosos los sentía! ¡Fue la pobreza y el hambre!, pero eso ahora me fortalece, me da fuerza. Lo importante es salir adelante.
Loja, 12 de febrero de 2011