viernes, 24 de diciembre de 2021

UN “MASHCAPUPO”, CUENTA DE SU VIAJE A ZUMBA EN 1974

Leyendas y tradiciones andinas / Loja – Ecuador

Odisea de viaje de un maestro


 
Publicado en la Revista digital literaria: “LOJA GRITA ARTE” N° 7, páginas 11 y 12

 R E L A T O

 Recién graduado en el normal de Guaytacama en 1974, recibí el nombramiento de profesor titular para la escuela “Reino de Quito” de la parroquia Chito, en el cantón Chinchipe, provincia de Zamora, dice: Hernán Visuete Troya, hoy maestro jubilado residente en la ciudad de Zumba.

Recordar el viaje desde Loja a Zumba hace décadas, es una odisea, un sueño…

Había dos formas de llegar a este lugar: 1.- Embarcarse en las avionetas de los militares que hacían viajes esporádicos desde las pistas de Cumbaratza o Catamayo. 2.- O cabalgar en mula desde la población de Yangana en la provincia de Loja. En el primer caso se hacían 30 minutos; y, en el segundo tres días.

Cuando me presenté en Zamora Chinchipe, los profesores Vicente Elías Rivera, Director Provincial de Educación y Luis Amable Duque, Jefe de Supervisión, solamente me indicaron que tengo que viajar a Chito por Loja; llegar primero de la población de Yangana en un bus de la cooperativa “Sur Oriente” que demoraba siete horas, y que desde ese lugar tenía que conseguir una mula para viajar a Zumba.   ¡Nada más me dijeron!

Yo, con el deseo de trabajar, no imaginaba lo que me esperaba después…

Cuando llegué a Yangana, fui a comer en el único saloncito que había.  Su dueña, la señorita Edulia Mendoza, muy gentil y amable me ayudó.  Yo conozco a los dueños de las piaras de mulas que vienen desde Zumba, dijo.  Ya les hablo para que le den un mulita de silla. (Las piaras venían cargadas de café y de aquí se regresaban con víveres).

En verdad, en la tarde, por el angosto camino que entraba a la población vi algunas mulas que llegaban, entonces dijo, esa es la piara de Segundo Mejía, convenga el precio del alquiler con él.   Así lo hice. 

Entonces la señorita Eudulia, al siguiente día muy por la mañana me preparó el desayuno y dijo que vaya comiendo bien; además me puso un fiambre para que coma en el camino.  Luego me advirtió: de aquí, usted monte en la mula y ella le conduce.  Llegará primero a un pueblito que se llama Valladolid, ahí se queda a dormir, no hay adonde perderse.

Entonces, yo como traía más libros que ropa, amarré dos costales como alforja, puse una cobija encima, me subí en la mula e inicié el viaje.

Camina y camina, no llegaba a Valladolid. Cuando le encontraba a alguien, preguntaba: ¿por aquí se va a Zumba?, entonces todos decían, sí.  Siga no más.

Oiga, llego a una planada y veo que los aperos de la mula se habían corrido hasta las orejas del animal, yo sin ninguna experiencia, bajo la carga y la silla para arreglar.  Hago esto y la mula se me va en precipitada carrera.   Con la desesperación que se va el animal, la sigo.   Corre y corre, tras de ella.  Mis cosas se quedaron en el camino, la mula corría, se paraba un instante, me regresaba a ver, cuando ya estaba cerca a cogerla, apretaba nuevamente la carrera. ¡Dios mío!, no sé cómo, entro en un atajo, y por suerte en lo que la mula está queriendo pasar, se espanta en mí y a lo que regresa, logro coger la soga.  La amarré, cargué mis cosas, luego en la soledad de la selva y el claro azul del cielo, me senté a llorar.

De aquí me regreso, dije. ¡No he cometido ningún crimen para que me pase esto! Era, apenas el primer día de viaje.

 No me regresé, porque ya no tenía dinero y para llegar a mi tierra (Guaytacama – Latacunga) estaba muy lejos.  Así que, me resigné a continuar.

Llegué a Valladolid, casi en la noche. ¡Oh sorpresa!, desde el corredor de una casa escuché que gritaron: eeeh, compañerito…  ¿Usted es el profesor Vizuete?  ¡Sí!, respondí.    Va, me dije, cómo me conocen, ¡No puede ser!, ¿estoy soñando?

Lo que pasa, es que informados a través de los chasquis escolares ya sabían que llegaba, por lo que me habían estado esperando.

¡Qué solidaridad, qué hermandad de maestros!  De inmediato me llevaron a merendar, me arreglaron una cama en la casa de señora Lolita, no me acuerdo el apellido, pero parece que era Lolita Luna, después a un trago.   Pasamos lindo entre compañeros, todos habían sido de diferentes lugares: uno de Imbabura, otro e Quito y yo de Latacunga, ya picaditos acompañados de una guitarra cantábamos cada cual a su tierra y, hasta llorábamos también de emoción y nostalgia: el de Imbabura comenzaba: “Imbabura de mi vida / tierra donde yo nací…”; el de Quito cantaba: “Yo soy el chullita quiteño, la vida me paso encantado…” en tanto que yo, remataba: “Tierra, latacungueña / en ti se admira el paisaje andino…”

Antes de las diez de la noche, dijeron, compañero, a dormir, mañana tienes que viajar.

Al siguiente día muy por la mañana golpearon la puerta y dijeron, levántate, ya es hora.

 Hicieron preparar el desayuno y el fiambre.   Me despidieron diciéndome: de aquí te vas hasta Paranumá. 

Salí a las siete de la mañana, a las once y media me acerqué a un pueblito que había sido Palanda. Los niños salían de la escuela al almuerzo porque en ese tiempo se trabajaba en dos jornadas.   Al cruzar el pueblo, escucho un grito que dice: “¡hola, mashcapupo!”, “mashcapupo” nos decían a los de Latacunga.  Miro que se acerca un señor y me dice: tú eres de Latacunga, ¡verdad!, yo también soy de allá, soy el profesor Ernesto Álvarez.   Bájate de la mula paisano, te invito a almorzar, luego nos tomamos unas dos cervecitas y dijo: continúa tu camino y te quedas en Paranumá.  Así fue, llegué a Paranumá.  Había una sola casa que ha sido “tambo” de los militares.  Ahí me quedé.   Le rogué al señor del tambo que me dé posada; él, en tono déspota, dijo: bueno, amarre la mula por ahí, que no se le vaya.

Yo con el cansancio y un hambre devorador, le ruego: señor, me puede preparar algo de comer, ¡no!, respondió; aquí no hay nada.   El señor ya era de algunos años de edad.  Cualquiera cosita, le insisto.  Voy a ver si le hago una sopa de fideo, -dijo-, espere.

Mientras esperaba, en el corredor del “tambo” se me acercó con una biblia en sus manos y me comenzó a leer.  ¡Había sido evangelista!  A un inicio le escuchaba, pero como el cansancio era más, me había dormido.  En eso, me dijo, levántese a comer.  ¡El hambre era tal, que se me hizo riquísima la sopa de fideo!   Luego, fui a dormir y desperté preocupado a la mañana del siguiente día, para continuar el viaje.  En esta ocasión, no hubo desayuno.

Pasé la quebrada de Paranumá, durante dos horas ascendí una cuesta, llegué a un caserío llamado Negro Muerto.  Aquí rogué al que encontré primero que me prepare comida. Me dijo que solamente tenía carne, entonces le dije que está bien.

Cuando me sirvieron, Dios les pague dije, porque era un plato grande con bastante carne, papas chinas y arrocito.  ¡No recuerdo si me cobraron o no! Continué el viaje, ¡oh sorpresa!, más allá, a lado del camino encuentro a una mula muerta ya cercenada una pierna. ¡Me habían dado carne de mula!, (ríe a carcajadas), ¡pero estuvo rica!

Ya en el tercer día, ¿llegaré a Zumba?  ¡nada!  Cuando me encontraba alguien y preguntaba, me decía: siga no más, “a la vueltita está”.  Caminaba y caminaba, pasaba la vueltita y no llegaba.

En eso, llegué al Colorado y desde ahí veo un pueblito, ¡ese había sido Zumba!  La mula comenzó a galopar, por lo que tuve que cogerme de la silla.  Ella ya conocía la casa, por lo que directamente llegó donde don Segundo Mejía, el dueño de la piara.

Un muchacho gritó: Don Segundo, ya llegó la mula.   Mientras yo me bajaba, descargaba mis enseres, no demoraron en llegar: Romel Herrera, Julio Núñez, y Hugo Tapia, profesores del lugar, para luego guiarme a la oficina de la supervisión. En la noche celebramos con comida y trago. Fue un mes de marzo, fecha que nunca olvido.

Aquí cambiaron las cosas, aunque el tramo de viaje que me esperaba, era de un día más.

En la tarde del cuarto día llegué a Chito y aquí me encontré con Servio Santorum, Arnoldo Cueva, Irene Troya, Miguel Romero, Libia Aranda, profesores de la escuela “Reino de Quito”, y la señorita Carmen Valarezo, enfermera de Chito, con quien posteriormente me casé (sonríe).

Hernán Visuete Troya, en la ciudad de Zumba, el día 9 de octubre de 2021, termina esta conversación diciendo: en 1974, para llegar a la parroquia Chito desde Loja, hice 5 días. 

Loja – Yangana, un día; Yangana – Valladolid, un día; Valladolid – Paranumá, un día; Paranumá – Zumba, un día; y de Zumba - Chito, un día.

¡Qué le parece!

 

Eduardo Pucha S.

 

 

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