¡YO NO FUI PASADOR!
Leyenda y tradición
SEGUNDO PREMIO INTERNACIONAL
EN EL PRIMER CONCURSO DE CUENTO
ORGANIZADO POR EL
“CONSEJO HISPANOAMERICANO
DE ARTES Y LETRAS”
EN LA CIUDAD DE MACARÁ, El 26 DE NOV. DE 2011
Por: Eduardo Pucha S.
Se me ocurrió escribir,
lo que don Efrén nos cuenta
dice que es historia cierta
deslindo, si la inventa.
lo que don Efrén nos cuenta
dice que es historia cierta
deslindo, si la inventa.
Don Efrén Sánchez vive en el barrio El Coco a 10 kilómetros de distancia desde la ciudad de Macará. Tiene en la actualidad 84 años y dice que es uno de los primeros que llegó aquí, en 1942.
En su humilde casa a filo de carretera y muy cerca al Río Macará, sentado en una silla plástica, junto a una mesa de madera perdiendo el color, puesto un pantalón café oscuro, camisa celeste clara y una gorrita blanca, se apresta a conversar con un dejo lento, que parece cuidar las palabras cuando responde; y con una penetrante mirada dominando a su interlocutor, continúa: mi madre era de San Antonio de Cariamanga y mi padre de la tierra de Naún Briones, Cangonamá. Decía que por ahí la gente era jodida, cuando se iban a las fiestas, se tomaban unas cuatro copas y armaban el relajo: puñetes, cuchillo y pun, pun… bala. Como no había ley, hacían lo que les daba la gana y nadie les juzgaba. Cansado de vivir en esta zozobra, decide irse a trabajar en la hacienda La Tina de propiedad de don Felipe Burneo, en el Perú. Van con él otros cangonameños de apellido Bustos y Jaramillo.
Esto es más o menos en 1925; y por este tiempo la conoce a mi mamá, se casan y en la localidad de Chirinos, nazco yo.
¿En dónde queda Chirinos?, ¡en el Perú, amigo!, ¡en el Perú! ¿Entonces, es usted peruano?, ¡peruano, yo! ¡No carajo! ¡Nací en Chirinos por casualidad! Soy bien ecuatoriano.
Cuando tenía diez años vine a Macará y me fui a vivir en la hacienda El Coco que en ese tiempo no tenía dueño, estaba embargada por el fisco, los dueños no habían pagado los impuestos, entonces como es natural, era del Estado.
¿Entonces usted es agricultor? Claro que sí, responde.
¿A más de agricultor, usted trabajó como pasador? –le digo-.
¡Quién le ha dicho semejante barbaridad!, -me responde enojado-.
¡Yorqui Llacxaguanga! –continúo-
¡Esas son invenciones de él! Dígale que no sea majadero y calumniador. Es más, él es muchacho para mí. ¡No sé cómo se inventa estas cosas!
Luego de insistir y dándome cuenta que el término pasador no le gustó en absoluto, porque intuí, se refería a otra cosa, cambié de estrategia y seguimos conversando, pero siempre exhortando en el tema de los pasadores y entonces dice: ¡Ah!, ¡es que yo le entendí que me preguntaba de los pasadores de la blanca!, -sonríe– ¡o, los pasadores de gasolina!
Usted me ha estado preguntando de los Pasadores del río Macará. ¡Claro! –le digo-, de ellos.
Bueno, no trabajé en eso, pero desde muchacho vi. Cuando la población era pequeña, pasaba la gente de una orilla a la otra en potos, porque el río era caudaloso. Conforme el comercio aumentaba, comenzaron a pasar: harina, sal, pescado, algodón, latas de kerosén y manteca desde el otro lado, en tanto que nosotros pasábamos al Perú: maíz, zarandaja y chancaca.
Ser pasador del río, era una forma de trabajo que realizaban algunos paisanos para trasladar a personas y productos de la una orilla del río Macará a la otra orilla allá en el Perú; decían que el río es el lindero, pero para nosotros no había.
Yo era niño aún, ahí conocí algunos pasadores, creo que eran los primeros: El Gato, Chopaso, Çhacles y Palapas. Eran, buenos nadadores, es que para ser pasador tenían que saber nadar. ¡Ellos así trabajaban para ganarse la vida!
Con curiosidad le pregunto ¿Quién era El Gato? Con toda naturalidad responde: es el sobrenombre de Rogel Jaramillo; Chopaso, era Arturo Jaramillo; a Manuel, Lucho y Modesto Rodríguez le decían los Chacles; y a unos señores Herreras que eran cuatro, les decían Palapas.
A un inicio pasaban el río utilizando unos potos grandes, como el negocio era bueno, se inventaron una especie de troje con palos de balsa que traían de Sabiango y por último hicieron canoas, ¡más moderno!
Siempre don Efrén me dejaba con la curiosidad, entonces le pregunto, ¿cómo es eso de pasar el río con potos? -dice -. Allá en el Perú, en los poblados de Catacaos, Vice y Sechura, sembraban y cosechaban esta especie de potos que no se da aquí. Eran unos potos bien grandes del tamaño de un chimbuzo de unos cinco galones más o menos, los mismos que los utilizaban como boyas.
Habían dos clases de potos, los unos los llamaban los chicheros, porque eran pequeños y servían como vasija para tomar chicha, y los grandes servían para las boyas. Esos potos eran bien buscados; los peruanos venían a vendernos y de aquí avanzaban de Sabiango para arriba.
Para utilizar el poto hacían una ranurita que entre la mano y de ahí se cogían bien; el pasador iba adelante a nado halándolo y el otro atrás chapaleando. Además metía en el interior del poto la ropa del interesado para que no se moje.
El trabajo era rentable, entonces se idearon una especie de lancha construida con palos de balsa, era una casetita parecida a un troje, palos cruzados y amarrados con sogas o unidos con clavos o pernos, y entonces ahí metían las cosas.
A este troje lo halaban con sogas entre tres o cuatro personas según como esté el río. ahí ya podían meter más carga y personas. ¡Llenaban y pasaban!
Este sistema del poto con la aparición del troje, desapareció; pero el troje duró poco porque conforme crecía la población de ambos lados aumentaban los pasadores y se idearon construir los botes de madera.
Antes del año cuarenta había los potos. ¡El bote fue el último modelo que utilizaron los pasadores!
Cuando construyeron el Puente Internacional, se terminaron los pasadores y se quedaron sin trabajo.
Habían pasadores: muy buenos, buenos, regulares y malitos también. Cuando el río estaba crecido, no descansaban los pasadores buenos; y en verano, tenían trabajo los malitos, y claro, la paga no era mala, ¡cinco sucres!
¡Ah, olvidaba un detalle! -le digo- ¿Cómo recuerda a Macará en su niñez?
Cuando tenía 10 años conocí Macará, esto fue en 1937, era un caserío pequeño, solo había una calle larga, la principal desde la iglesia hasta bien abajo. Las casas eran dispersas, unas por aquí, otras por allá, más de unas cincuenta no habían.
Comienza a oscurecer y trato de despedirme, entonces don Efrén me dice, ¡caramba!, usted debe estar ganando un buen billete por hacer esto.
¡Quién me va a pagar, le digo!
¿El Municipio pes, dice?
¡Noo don Efrén, a mí no me paga nadie!, este es mi oficio como el de los pasadores del río.
Sonríe y termina diciéndome: ¡Ah, pícaro!, a usted si le pagan, ¡yo que le doy la información, tenga por seguro, no he de recibir nada!
En su humilde casa a filo de carretera y muy cerca al Río Macará, sentado en una silla plástica, junto a una mesa de madera perdiendo el color, puesto un pantalón café oscuro, camisa celeste clara y una gorrita blanca, se apresta a conversar con un dejo lento, que parece cuidar las palabras cuando responde; y con una penetrante mirada dominando a su interlocutor, continúa: mi madre era de San Antonio de Cariamanga y mi padre de la tierra de Naún Briones, Cangonamá. Decía que por ahí la gente era jodida, cuando se iban a las fiestas, se tomaban unas cuatro copas y armaban el relajo: puñetes, cuchillo y pun, pun… bala. Como no había ley, hacían lo que les daba la gana y nadie les juzgaba. Cansado de vivir en esta zozobra, decide irse a trabajar en la hacienda La Tina de propiedad de don Felipe Burneo, en el Perú. Van con él otros cangonameños de apellido Bustos y Jaramillo.
Esto es más o menos en 1925; y por este tiempo la conoce a mi mamá, se casan y en la localidad de Chirinos, nazco yo.
¿En dónde queda Chirinos?, ¡en el Perú, amigo!, ¡en el Perú! ¿Entonces, es usted peruano?, ¡peruano, yo! ¡No carajo! ¡Nací en Chirinos por casualidad! Soy bien ecuatoriano.
Cuando tenía diez años vine a Macará y me fui a vivir en la hacienda El Coco que en ese tiempo no tenía dueño, estaba embargada por el fisco, los dueños no habían pagado los impuestos, entonces como es natural, era del Estado.
¿Entonces usted es agricultor? Claro que sí, responde.
¿A más de agricultor, usted trabajó como pasador? –le digo-.
¡Quién le ha dicho semejante barbaridad!, -me responde enojado-.
¡Yorqui Llacxaguanga! –continúo-
¡Esas son invenciones de él! Dígale que no sea majadero y calumniador. Es más, él es muchacho para mí. ¡No sé cómo se inventa estas cosas!
Luego de insistir y dándome cuenta que el término pasador no le gustó en absoluto, porque intuí, se refería a otra cosa, cambié de estrategia y seguimos conversando, pero siempre exhortando en el tema de los pasadores y entonces dice: ¡Ah!, ¡es que yo le entendí que me preguntaba de los pasadores de la blanca!, -sonríe– ¡o, los pasadores de gasolina!
Usted me ha estado preguntando de los Pasadores del río Macará. ¡Claro! –le digo-, de ellos.
Bueno, no trabajé en eso, pero desde muchacho vi. Cuando la población era pequeña, pasaba la gente de una orilla a la otra en potos, porque el río era caudaloso. Conforme el comercio aumentaba, comenzaron a pasar: harina, sal, pescado, algodón, latas de kerosén y manteca desde el otro lado, en tanto que nosotros pasábamos al Perú: maíz, zarandaja y chancaca.
Ser pasador del río, era una forma de trabajo que realizaban algunos paisanos para trasladar a personas y productos de la una orilla del río Macará a la otra orilla allá en el Perú; decían que el río es el lindero, pero para nosotros no había.
Yo era niño aún, ahí conocí algunos pasadores, creo que eran los primeros: El Gato, Chopaso, Çhacles y Palapas. Eran, buenos nadadores, es que para ser pasador tenían que saber nadar. ¡Ellos así trabajaban para ganarse la vida!
Con curiosidad le pregunto ¿Quién era El Gato? Con toda naturalidad responde: es el sobrenombre de Rogel Jaramillo; Chopaso, era Arturo Jaramillo; a Manuel, Lucho y Modesto Rodríguez le decían los Chacles; y a unos señores Herreras que eran cuatro, les decían Palapas.
A un inicio pasaban el río utilizando unos potos grandes, como el negocio era bueno, se inventaron una especie de troje con palos de balsa que traían de Sabiango y por último hicieron canoas, ¡más moderno!
Siempre don Efrén me dejaba con la curiosidad, entonces le pregunto, ¿cómo es eso de pasar el río con potos? -dice -. Allá en el Perú, en los poblados de Catacaos, Vice y Sechura, sembraban y cosechaban esta especie de potos que no se da aquí. Eran unos potos bien grandes del tamaño de un chimbuzo de unos cinco galones más o menos, los mismos que los utilizaban como boyas.
Habían dos clases de potos, los unos los llamaban los chicheros, porque eran pequeños y servían como vasija para tomar chicha, y los grandes servían para las boyas. Esos potos eran bien buscados; los peruanos venían a vendernos y de aquí avanzaban de Sabiango para arriba.
Para utilizar el poto hacían una ranurita que entre la mano y de ahí se cogían bien; el pasador iba adelante a nado halándolo y el otro atrás chapaleando. Además metía en el interior del poto la ropa del interesado para que no se moje.
El trabajo era rentable, entonces se idearon una especie de lancha construida con palos de balsa, era una casetita parecida a un troje, palos cruzados y amarrados con sogas o unidos con clavos o pernos, y entonces ahí metían las cosas.
A este troje lo halaban con sogas entre tres o cuatro personas según como esté el río. ahí ya podían meter más carga y personas. ¡Llenaban y pasaban!
Este sistema del poto con la aparición del troje, desapareció; pero el troje duró poco porque conforme crecía la población de ambos lados aumentaban los pasadores y se idearon construir los botes de madera.
Antes del año cuarenta había los potos. ¡El bote fue el último modelo que utilizaron los pasadores!
Cuando construyeron el Puente Internacional, se terminaron los pasadores y se quedaron sin trabajo.
Habían pasadores: muy buenos, buenos, regulares y malitos también. Cuando el río estaba crecido, no descansaban los pasadores buenos; y en verano, tenían trabajo los malitos, y claro, la paga no era mala, ¡cinco sucres!
¡Ah, olvidaba un detalle! -le digo- ¿Cómo recuerda a Macará en su niñez?
Cuando tenía 10 años conocí Macará, esto fue en 1937, era un caserío pequeño, solo había una calle larga, la principal desde la iglesia hasta bien abajo. Las casas eran dispersas, unas por aquí, otras por allá, más de unas cincuenta no habían.
Comienza a oscurecer y trato de despedirme, entonces don Efrén me dice, ¡caramba!, usted debe estar ganando un buen billete por hacer esto.
¡Quién me va a pagar, le digo!
¿El Municipio pes, dice?
¡Noo don Efrén, a mí no me paga nadie!, este es mi oficio como el de los pasadores del río.
Sonríe y termina diciéndome: ¡Ah, pícaro!, a usted si le pagan, ¡yo que le doy la información, tenga por seguro, no he de recibir nada!
N.B.- El mérito del presente concurso es que se lo tuvo que escribir en la ciudad de Macará ese mismo momento, es decir, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, hora tope en que se cerraba el concurso, y el tema tenía que ser exclusivo de la historia y el patrimonio cultural de Macará.
Macará 26 de noviembre de 2011
COMENTARIOS PERIODÍSTICOS
Diario “Centinela” – Loja
Viernes 2 de diciembre de 2011
ESCRITOR LOJANO TRIUNFA EN CONCURSO
El escritor lojano Eduardo Pucha Sivisaca, miembro del taller de literatura Pa´labrar de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, ganó el concurso de cuento, en el marco del III Encuentro Hispanoamericano de Artes y Letras, realizado en Macará los días 25 y 26 de noviembre.
Según las reglas del concurso, debían escribir in situ y en un tiempo determinado, previo a un recorrido por los lugares turísticos e históricos de Macará o a través de entrevistas con miembros de la comunidad, o simplemente mirando la belleza de los paisajes, la hermosura de sus mujeres o algo por el estilo.
En el caso del escritor Pucha elaboró su cuento en base a una entrevista con Efrén Sánchez, octogenario que vive en Macará desde hace más de 70 años. La historia que narra está estructurada como cualquier cuento folclórico: introducción, nudo y desenlace.
Pero, como es su estilo, en este caso hace hablar al personaje central, justo para que la narración se torne interesante y creíble. Por eso, con mucha naturalidad corre el verbo de don Efrén Sánchez que es el protagonista central. La trama está bien encadenada y todos los recursos narrativos coadyuvan a dar un trabajo coherente.
El fallo del jurado determinó que el cuento “¡Yo no fui pasador!”, de Eduardo Pucha sea el ganador del concurso que en este caso ya resulta un triunfo internacional.
Los talleristas se congratulan con tan valioso premio y de este modo el taller de literatura continúa cosechando triunfos.
Diario “Centinela” – Loja
Viernes 2 de diciembre de 2011
ESCRITOR LOJANO TRIUNFA EN CONCURSO
El escritor lojano Eduardo Pucha Sivisaca, miembro del taller de literatura Pa´labrar de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, ganó el concurso de cuento, en el marco del III Encuentro Hispanoamericano de Artes y Letras, realizado en Macará los días 25 y 26 de noviembre.
Según las reglas del concurso, debían escribir in situ y en un tiempo determinado, previo a un recorrido por los lugares turísticos e históricos de Macará o a través de entrevistas con miembros de la comunidad, o simplemente mirando la belleza de los paisajes, la hermosura de sus mujeres o algo por el estilo.
En el caso del escritor Pucha elaboró su cuento en base a una entrevista con Efrén Sánchez, octogenario que vive en Macará desde hace más de 70 años. La historia que narra está estructurada como cualquier cuento folclórico: introducción, nudo y desenlace.
Pero, como es su estilo, en este caso hace hablar al personaje central, justo para que la narración se torne interesante y creíble. Por eso, con mucha naturalidad corre el verbo de don Efrén Sánchez que es el protagonista central. La trama está bien encadenada y todos los recursos narrativos coadyuvan a dar un trabajo coherente.
El fallo del jurado determinó que el cuento “¡Yo no fui pasador!”, de Eduardo Pucha sea el ganador del concurso que en este caso ya resulta un triunfo internacional.
Los talleristas se congratulan con tan valioso premio y de este modo el taller de literatura continúa cosechando triunfos.
Noticias Loja
LA HORA
Obtiene premio
Domingo, 4 de Diciembre de 2011
LA HORA
Obtiene premio
Domingo, 4 de Diciembre de 2011
Con el cuento “¡Yo no fui pasador!”, Eduardo Pucha Sivisaca, se hizo acreedor al Segundo Premio, en el concurso internacional de relato que organizó “El Consejo Hispanoamericano de Artes y Letras” en su III Encuentro de escritores, poetas, pintores y músicos realizado en la ciudad de Loja, en su primera fase y en la ciudad de Macará, en la segunda, los días 23, 24, 25 y 26 de noviembre de este año.
hermosa historia de mi abuelo. gracias al escritor hizo un buen trabajo..
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