lunes, 25 de julio de 2022

MI TRAPICHE MANUAL

“A veces, las cosas más pequeñas ocupan el espacio más grande en nuestros corazones…”



Qué hermoso resulta, sembrar y ver crecer las plantas, ¡verdad!

Por eso, en la superficie de un pequeño lote de terreno, disfruto sembrando unas pocas plantas de guineo y cítricos.  A más de ello, aunque el espacio es reducido, a un lado del huerto planté una caña de azúcar.  El resultado, bastante gratificante. Creció muy vigorosa y señorial.  A un año, cortamos sus fornidos y largos brazos para saborear en tajaditas su exquisito jugo.

No faltó un nieto ocurrido en la familia, que en broma dijo: Abuelito, ¡ya hay caña!, ahora nos hace falta el trapiche.  Es cierto, me dije. En ese momento, sin demora despertaron mis recuerdos de hace cuarenta y tres años, e imaginariamente me trasladé al barrio Tailín (línea de frontera con el Perú), perteneciente a la parroquia Jimbura del cantón Espíndola, porque ahí por primera vez, conocí un trapiche de madera bastante rústico, que movido por unas palancas bien grandes hacían girar unos rodillos en el que exprimían pedazos de caña y en un pequeño balde recibían el jugo.

Alegres y animosos, molían entre dos, a cada lado una persona hacía dar la vuelta la palanca y los rodillos trituraban la caña. Estaba colocado en las cerchas de un trípode de madera bien clavado en el suelo para que tenga firmeza. Dicho trapiche, no creo que esté en pie. Ahora, difícil que vuelva a ver uno así. ¡Ya no existen!, se quedaron solamente para el recuerdo.


Para complacer la ocurrencia, y con el deseo que sacar jugo a las cañas que estaban madurando, acudí donde mi paisano Wilber Satama, dueño del “Grupo Industrial SAMI”, a proponerle que me haga un trapiche manual, quien gustoso dijo, bueno, pero tráeme la muestra o sugiéreme la idea.  Así fue, le di todos los detalles de cómo quería y arreglado el asunto. Del costo no hablamos una sola palabra, porque lo que más deseaba, era tener el trapiche y en la primera reunión familiar, estrenarlo, moliendo y tomándonos guarapo fresco con jugo de naranja agria y trago de punta.

Esto fue en abril.  A los pocos días, concretamente, el seis de mayo (2022) me llamó para que lo vaya a retirar.  ¡Qué alegría y emoción!  Inmediatamente acudí y apenas llegué al taller, mis miradas, ansiosas se dirigían directamente al trapiche.

-          Hola Eduardo. Ahí está la obra, me dijo. ¡Qué te parece! 

-          Genial, respondí.


-          Compramos cañas y ya lo estamos estrenando para

entregártelo probado –continuó-, sírvete un vaso de guarapo con piquete. 

-          Salud… dijimos, y tomamos los dos.

 Cuando me lo entregaba, pregunté el costo, porque cuando le contraté, no convenimos en nada. ¡Oh sorpresa!  No vale nada, paisano –me dijo-. 

 -          No puede ser, le dije.

-          Te mereces eso y mucho más, -continuó-

-          ¿Pero, por qué?

-          Porque tú eres el “obrero de la literatura popular”, el cronista de las leyendas y tradiciones de mi pueblo; recíbelo como una recompensa a tu trabajo intelectual, porque gracias a eso no las dejas que se pierdan o se queden olvidadas. ¡Te lo mereces …!

 Con este generoso gesto, Wilber me dejó sin palabras, porque un reconocimiento como este, no lo


esperaba.
  Sorprendido y sonrojado estiré mis manos a recibirlo. Él continuó, te lo entrego sin protocolos, programa, ni discursos, pero sí, con el corazón lleno de sinceridad y humildad.

Gracias Wilber le dije, pero así no fue el trato.  Tranquilo, tranquilo… continuó, el trapiche es tuyo.

Este regalo, es el mejor reconocimiento que he recibido de las manos de un entrañable amigo de Chuquiribamba, poseedor de un corazón noble y generoso.

Gracias. gracias, estimado Wilber, este presente, lo guardaré por siempre en mi corazón.

 

N.B.- Cuando terminé de escribir este relato, junto con mi familia ya disfrutamos el trapiche, moliendo
las cañas y sirviéndonos un exquisito guarapo con naranja agria, punta de Malacatos y unos cubitos de hielo.

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