2do. Tomo: Naún Briones Leyenda y tradición, pág. 40
El P. Pablo Cornejo, que en la actualidad tiene
ochenta y cinco años de edad, muy jovial y ameno dice: fui párroco de Cangonamá
durante algunos años. Me enseñé en ese lugar y para enaltecer su nombre coloqué
en la entrada de la parroquia un letrero que decía: “Bienvenidos a
Cangonamá, balcón del cielo”. Entonces los amigos de Catacocha cuando
llegaban al pueblo y como eran tan ocurridos y fregados, me decían, “¡Padre!,
qué va a ser balcón del cielo esto; balcón del infierno ha de ser”;
no sé si decían esto por lo de
Naún Briones o por quién.
Bueno, no recuerdo exactamente cuándo fui a
Cangonamá, pero fue el P. Teobaldo Peralta quien me acompañó desde Loja.
Llegamos a Yamana, era temporada de invierno y usted conoce cómo se ponen los
caminos, ¡intransitables! Pero bueno, avanzamos a Carmelo y de ahí a Tunaspamba
en donde nos esperaban algunos feligreses con acémilas. ¡Recuerdo!, me dieron
una y como yo en mi juventud sí pasé la conscripción, no me fue difícil
cabalgar.
Ya en Cangonamá nos esperaba la gente; yo con mi
chispa de humor les saludo y digo: ¡hola mis compadres!, ¡gusto de conocerlos!,
¡ya estoy aquí!; y en la multitud a uno de ellos le escuché que muy admirado
dice: ¡cura viejito nos han mandado, qué si
durará el hombre aquí!”, ja,
ja, ja (ríe).
Luego, en conversaciones con los feligreses fui
enterándome de la vida del señor Naún Briones. Le cuento que todos decían que
son parientes, nadie hablaba mal de él. Recordaban que era pequeño, de ojos
verdes, bueno para cabalgar, bueno para conversar y bueno para tocar la
guitarra. Para que tenga la imagen de cómo era me decían: Artemán Mori se
parece mucho a Naún.
Asimismo recalcaban que aquí nunca robó a nadie,
pero sí a los ricos de otras haciendas para dar a los pobres y cuando la
policía le seguía, ellos lo custodiaban para que no lo cojan; “entonces yo
reflexionaba: Dios en su infinita misericordia debió haber tenido compasión de
este hombre, pero yo no soy quién para juzgar”.
Como decían que son parientes y paisanos y que el
finadito era muy bueno y generoso, esperaba que en el día de difuntos alguien
se acuerde de él y pague una misita; pero lamentablemente nadie, por lo que conmovido por las historias que me
contaban, por voluntad propia le pasaba las misitas al señor Naún,
especialmente el dos de noviembre, día de difuntos. Se me hizo una costumbre de
fe cristiana.
A un puentecito
que había en la población pensaba arreglarlo, colocarle una cubierta y
ponerle el nombre de Naún, para así honrar su memoria, pero lastimosamente ya
salí de ese lugar. ¿Por qué no hacerle algo así a un hombre que ha hecho bien a
los menesterosos?
Eso es lo
que conozco de Naún. Que haya sido bandolero o no, yo respeto, no lo juzgo.
Pero, en honor a la verdad, todo lo que hice espiritualmente por él se lo
entregué en oraciones, ¡porque todos somos hijos de Dios!
Por las acciones descritas, don Naún creo que
llevó en el corazón esa virtud de hacer bien a las personas, tuvo sentimientos
muy nobles como es el de velar por los pobres porque su infancia y su vida se
desenvolvió en medio de los pobres.
Se opacó la tarde y la conversación termina con
el P. Pablo contándome que él nació en el barrio San Roque de la ciudad de
Quito, el 28 de diciembre de 1931 y que está a pocos días a cumplir 85 años. En
Loja me siento como en mi propia casa, estoy cerca de 20 años ejerciendo el
sacerdocio y ya me quedé aquí. Sonriendo dice: “me llevo con todos, menos
con el Diablo”. Hace tiempo les decía a mis amigos que quiero jurar la
bandera lojana; pero ellos me decían que ya estoy viejito, y que la ley no
permite a los ancianos. ¡Sin embargo, me quedé y aquí estoy!