LO ENGAÑÓ AL DIABLO
En la parte frontal de la iglesia
de San Francisco de Quito, encontramos dos importantes placas recordatorias que
nos transportan al siglo XVI. La
primera y la segunda, dicen respectivamente lo siguiente:
S. XVI
INICIADA POR
EL ARQ
FRANCISCO
BECERRA
HACIA 1580
Y TERMINADA
EN 1627
REEDIFICADA
1868”.
CONVENTO E IGLESIA DE SAN AGUSTÍN
“Los agustinos
llegaron a Quito a mediados del siglo XVI y se establecieron provisionalmente
en Santa Bárbara. A partir de 1573
adquirieron terrenos para su convento e iglesia. El arquitecto extremeño Francisco Becerra planificó y empezó a construir el templo actual hacia 1580. Desde 1606 dirigió las obras Juan del
Corral, arquitecto español, y las continuó el maestro de obras fray Diego de
Ecarza. La fachada se hizo entre 1659 y
1669. El maestro Miguel de Santiago, a
mediados del siglo XVII, decoró los claustros con grandes óleos, entre ellos
los de la vida de San Agustín; el gran artista quiteño está enterrado en una de
las criptas de la iglesia”.
Lo que
maravilla a quienes visitamos la Plaza de San Francisco en Quito, es la iglesia,
el Museo, y escuchar la popular leyenda de Cantuña, a quien le atribuyen la construcción
del Atrio, mediante un pacto con el Diablo.
Ya en el
museo, muy gentil nos acompaña la señorita María del Cisne Romero Freire, oriunda de la
ciudad de Piñas, provincia de El Oro, quien, en calidad de guía, poco a poco
nos introduce en un mundo lleno de reliquias guardadas desde la época colonial
y muy bien conservadas a través del tiempo.
Estamos en el Convento
Máximo de la Conversión de San Pablo, dice, más conocido como Convento de San Francisco de Quito. Aquí está el Museo “Pedro Gocial”. En él se encuentran alrededor de 4.500 obras de arte entre
pinturas, esculturas, retablos y artesonados.
Existen siete salas de
exhibición: en la primera se encuentra la Génesis Franciscana; luego la Sala de
la Procesión; la Sala de Bernardo de Rodríguez;
la sala de Bernardo de Legarda; la Sala de Miguel de Santiago, más
conocida como la Sala de la Evangelización; la Sala de Alabastro y la Sala de
la Platería. Además se puede admirar el
arte barroco plasmado en el coro de la iglesia central.
En una pared contiguo a una grada se encuentra el óleo
sobre lienzo más grande del museo, mide 7, 07 m de alto por y 4,15 m de ancho; tiene alrededor de 590
rostros, todos diferentes que representan el árbol genealógico de la familia
Franciscana. Es por esta razón que en la parte inferior está San
Francisco de Asís como raíz y fundador de la congregación Franciscana. Es un
óleo del siglo XVIII, atribuido al
Taller de Miguel de Santiago.
En la iglesia del convento,
donde ahora se encuentra una cruz, fue
construida la primera capilla en la que iban a rezar los españoles, era una pequeña choza de paja y adobe; en tanto que para los indígenas se construyó una capilla junto
a esta, dedicada a la virgen de los
Dolores, actualmente es conocida como la
Capilla de Cantuña.
De acuerdo
a la leyenda quiteña, dicen que los franciscanos contrataron a Cantuña para
que construyera el Atrio de San Francisco. En el contrato estipulaba una cláusula en la
que determinaba un plazo para hacerlo. Éste al no poder concluir la obra en el
tiempo convenido, pidió ayuda al Demonio
ofreciéndole a cambio su alma. Le dijo:
te doy mi alma si colocas cada piedra en su lugar hasta el amanecer. Ese fue
el trato.
Cantuña, muy astuto, escondió
una piedra bajo su poncho. Al día siguiente
cuando el Diablo exigía el cumplimiento del contrato porque la obra estaba
concluida, no pudo, porque faltaba una piedra.
Por lo tanto el pacto quedó anulado.
En la actualidad, si a lo largo de todo el frente del Atrio observamos
detenidamente los canalones de desfogue de las aguas lluvias, podemos darnos
cuenta que en el lado izquierdo hay siete y en el lado derecho hay seis; por lo
tanto de acuerdo a la leyenda, esta es la
piedra que falta.
Como les dije, - continua María del Cisne
Romero- esta es solamente una leyenda.
La historia verdadera es que Francisco Cantuña, si existió, fue hijo de Hualca, quien acompañó a Rumiñahui para quemar la ciudad aborigen de Quito
y luego a los Llanganatis para esconder los tesoros de oro existentes en los
templos incaicos.
En estos ajetreos, olvidaron a Cantuña, niño aún, quien se quedó
atrapado en las llamas que consumían la ciudad. Con gran suerte sobrevivió al percance, pero
se quedó horriblemente deformado.
Cuando llegaron las huestes españolas, fue el
conquistador Hernán Suárez, quien se apiadó de él y lo tomó como parte de su
servicio. Según dicen lo trató bien y
con el tiempo fue encariñándose hasta considerarlo como a su propio hijo.
Hernán Suárez era un mal administrador de sus
bienes, por lo que despilfarró toda su fortuna y con el pasar del tiempo se
quedó pobre. Aquejado por las deudas no
sabía qué hacer y cómo resolver los problemas que cada día se tornaban más graves,
por lo que Cantuña, tratando de recompensar lo que el
español había hecho por él durante su niñez y adolescencia, se ofertó solucionar
el problema; pero bajo una sola condición: que haga de inmediato modificaciones
en el subsuelo de su casa.
Suárez aceptó. De pronto los vecinos notaron la
recuperación económica del conquistador que se puso mucho mejor que en sus días
de bonanza. Pero como todo mortal “la
vida no la tiene comprada”, murió. A la
muerte de él, Cantuña se constituyó en el heredero único de la fortuna de don Hernán Suárez.
Posteriormente, Cantuña donaba grandes
cantidades de dinero a los franciscanos para la construcción del convento y la iglesia. Los religiosos que no comprendían el origen de esta fortuna,
procedieron a interrogarlo de forma capciosa, a lo que acosado por los continuos
interrogatorios, inventó justificarse que toda esa fortuna se la daba el
Diablo, porque había firmado un pacto con él a cambio de su alma. Existe en el Archivo Nacional, un
juicio contra Cantuña por haber inventado
tan grave mentira.
Cuando murió Cantuña, inspeccionaron la casa en
donde vivía y descubrieron que en el subsuelo de la misma había un piso falso
en donde estaba construido un horno grande de ladrillo para fundir oro; así
como lingotes y mucha joya inca lista para fundir.