Leyendas y tradiciones andinas
Con motivo de cumplirse 87 años de la muerte de Naún Briones el bandolero social más buscado en el sur ecuatoriano, publiqué en mi muro de facebook, un relato que decía; “Soy hija de Naún”, narración literaria que fue muy leída. A las 24 horas compartieron más de 360 personas e hicieron cerca de 50 comentarios que, entre ellos encontré dos que me gustaron; uno, muy emotivo y sentimental, que desde Loja don Enrique Cisneros decía: “gracias don Eduardo Pucha Sivisaca por escribir sobre mi abuelita, que con el coraje de su padre (Naún), siempre fue una mujer aguerrida y fuerte; este relato me ha arrancado lágrimas de felicidad al recordarla; gracias nuevamente por darle forma a esos recuerdos tan bonitos. Las personas solo dejan de existir cuando dejamos de recordarlas, las raíces se quedan a manera de sangre, corriendo, latiendo… ¡Te quiero mamita Celia!”.
En el otro comentario, con coraje y a manera de
denuncia, desde Guayaquil don Ángel Balcázar, decía: “Naún Briones Salcedo se llamó; pero renunció su otro apellido porque
lo acusaron de un robo que no cometió.
Este hombre hizo historia.
Respetó y apoyó a los pobres; mi abuelo lo conoció.
Mi
abuelo también tiene su historia personal: en Macandamine el patrón le puso
marca como a ganado”.
Este
comentario me dio tema para escribir otro relato, por lo que no demoré en tomar
contacto telefónico con don Ángel Balcázar, el mismo que atento respondió a mi
llamada, y dijo: me encantaría que escriba usted sobre mi abuelito, porque la
verdad siento rabia y coraje por lo que le hicieron. Aún, ahora hay algunas personas que siguen
maltratando a la gente pobre y humilde.
Así
comenzó la conversación y me contó que en su niñez vivió con su abuelito en una
choza de caña junto a su madre, ayudando en la agricultura, buscando leña para
cocinar y acarreando agua de la quebrada para el consumo de la familia.
Adolfo Marcelino Balcázar Campoverde se llamó mi abuelo, más conocido como Marcelino. Nació el 10 de octubre de 1910 y falleció a la edad de 90 años en el 2000. Fue uno de los arrimados en la hacienda Macandamine en el cantón Paltas en la provincia de Loja.
Mi
abuelito, aún guambra, cuenta que un día, cuando el patrón iba a poner marca al
ganado en el corral que quedaba muy cerca a la casa de hacienda, le ordenó que
caliente en una hornilla de leña a rojo vivo el fierro quemador o marca con las
iniciales de su nombre. Él, muy
obediente realizó su trabajo, y, de pronto le dijo que ya le pase la
marca. Le pasó. El patrón, de mal
carácter tomó el fierro caliente en sus
manos y descontento le recriminó diciendo: esto no vale, ¡esto está bueno para
ponerte a voz, pendejo!, y menos pensado, suás le asienta tres veces la marca
caliente en su cuerpo, por encima de la ropa.
Después
de que le asentara la marca, -contaba mi abuelo- que le quemaba muchísimo y no
resistía el ardor, por lo que desesperado con gritos y quejidos de dolor se revolcaba
en el piso en donde estaba el excremento fresco del ganado y se fregó en las
partes afectadas. Parece que esto me
enfriaba un poco –decía-. Una marca me
puso en la cabeza, otra en la espalda y otra en la nalga.
Afirma
el nieto de don Marcelino diciendo: por repetidas veces yo sí las vi a las
marcas. Como él era blanco, se le notaba
más las cicatrices. La de la cabeza no
estaba completa porque el fierro no asentó bien ya que la cabeza es redonda; la
de la espalda si, se veía clarito las letras S.V.
Con
nostalgia y cariño lo recuerda y dice: Mi abuelito Marcelino tuvo nueve hijos
de los cuales seis están vivos y cuando el patrón le hizo esto, debió haber
tenido unos veinticinco años de edad.
Aunque
él no era estudiado se desenvolvía muy bien en una conversación. Sabía componer coplas, entre ellas una que
recuerdo: “Catacocha está con gusto / porque llegan artos carros / tengan
cuidado señores / que ya viene el picarón Carlos” (estas coplas las dedicó a mi
papá). Sabía contar cachos y acordarse
de las costumbres de sus mayores. Era
lindo conversar con él, especialmente cuando lo mencionaba a Naún Briones.
Decía que, si lo conoció, le encontraba siempre en las partes altas de
Cangonamá cuando el patrón le mandaba a pastar el ganado; pero no le tenía
miedo. A los pobres nunca los molestaba,
al contrario, los apoyaba.
EL
SISTEMA HACENDARIO
El sistema hacendario en nuestro
país se remonta desde los primeros años de la colonia hasta mediados del siglo
anterior. A partir de 1964 con la
aplicación de la Ley de la Reforma Agraria, se puso fin al sistema de trabajo
precarista de los arrimados y huasipungueros.
“Jaime Galarza Zavala en su libro Los campesinos de Loja y Zamora Chinchipe,
publicado en 1973, nos proporciona datos importantes sobre la tenencia de la
tierra en la provincia de Loja. ¡Nos asombra!
A
través de sus páginas menciona una lista de los dueños de estas tierras en las
décadas de los años 60 y 70 del siglo anterior. Según el autor, tres fueron las
familias que con mucho poder económico, social y político dominaban la
provincia de Loja: los Eguiguren, con 14 haciendas; los Burneo con 10; y los
Valdivieso con 4; y añade que no ha sido posible conseguir un registro completo
de todas las demás haciendas existentes.
Figúrese
usted, en una extensión territorial actual de 11 027 Km2, ¡tres dueños!, ¡tres
latifundistas!, el resto de la población, gente pobre, campesinos, peones,
arrimados, hortelanos, huasicamas, vaqueros que trabajaban obviamente solo para
el patrón y el hacendado”. (Naún
Briones, leyenda y tradición, Tomo 2, página 23).
Loja, 30 de enero de
2022
Eduardo Pucha Sivisaca