viernes, 29 de noviembre de 2019

CELEBRÉ MISAS POR EL ALMA DE NAÚN BRIONES

2do. Tomo: Naún Briones Leyenda y tradición, pág. 40


El P. Pablo Cornejo, que en la actualidad tiene ochenta y cinco años de edad, muy jovial y ameno dice: fui párroco de Cangonamá durante algunos años. Me enseñé en ese lugar y para enaltecer su nombre coloqué en la entrada de la parroquia un letrero que decía: “Bienvenidos a Cangonamá, balcón del cielo”. Entonces los amigos de Catacocha cuando llegaban al pueblo y como eran tan ocurridos y fregados, me decían, “¡Padre!, qué va a ser balcón del cielo esto; balcón del infierno ha  de ser”;  no sé si decían esto por  lo de Naún Briones o por quién.
Bueno, no recuerdo exactamente cuándo fui a Cangonamá, pero fue el P. Teobaldo Peralta quien me acompañó desde Loja. Llegamos a Yamana, era temporada de invierno y usted conoce cómo se ponen los caminos, ¡intransitables! Pero bueno, avanzamos a Carmelo y de ahí a Tunaspamba en donde nos esperaban algunos feligreses con acémilas. ¡Recuerdo!, me dieron una y como yo en mi juventud sí pasé la conscripción, no me fue difícil cabalgar.  
Ya en Cangonamá nos esperaba la gente; yo con mi chispa de humor les saludo y digo: ¡hola mis compadres!, ¡gusto de conocerlos!, ¡ya estoy aquí!; y en la multitud a uno de ellos le escuché que muy admirado dice: ¡cura viejito nos han mandado, qué si  durará el hombre aquí!”,  ja, ja, ja (ríe). 
Luego, en conversaciones con los feligreses fui enterándome de la vida del señor Naún Briones. Le cuento que todos decían que son parientes, nadie hablaba mal de él. Recordaban que era pequeño, de ojos verdes, bueno para cabalgar, bueno para conversar y bueno para tocar la guitarra. Para que tenga la imagen de cómo era me decían: Artemán Mori se parece mucho a Naún.
Asimismo recalcaban que aquí nunca robó a nadie, pero sí a los ricos de otras haciendas para dar a los pobres y cuando la policía le seguía, ellos lo custodiaban para que no lo cojan; “entonces yo reflexionaba: Dios en su infinita misericordia debió haber tenido compasión de este hombre, pero yo no soy quién para juzgar”.
Como decían que son parientes y paisanos y que el finadito era muy bueno y generoso, esperaba que en el día de difuntos alguien se acuerde de él y pague una misita; pero lamentablemente nadie, por  lo que conmovido por las historias que me contaban, por voluntad propia le pasaba las misitas al señor Naún, especialmente el dos de noviembre, día de difuntos. Se me hizo una costumbre de fe cristiana.
A un puentecito  que había en la población pensaba arreglarlo, colocarle una cubierta y ponerle el nombre de Naún, para así honrar su memoria, pero lastimosamente ya salí de ese lugar. ¿Por qué no hacerle algo así a un hombre que ha hecho bien a los menesterosos?
Eso es  lo que conozco de Naún. Que haya sido bandolero o no, yo respeto, no lo juzgo. Pero, en honor a la verdad, todo lo que hice espiritualmente por él se lo entregué en oraciones, ¡porque todos somos hijos de Dios!
Por las acciones descritas, don Naún creo que llevó en el corazón esa virtud de hacer bien a las personas, tuvo sentimientos muy nobles como es el de velar por los pobres porque su infancia y su vida se desenvolvió en medio de los pobres.
Se opacó la tarde y la conversación termina con el P. Pablo contándome que él nació en el barrio San Roque de la ciudad de Quito, el 28 de diciembre de 1931 y que está a pocos días a cumplir 85 años. En Loja me siento como en mi propia casa, estoy cerca de 20 años ejerciendo el sacerdocio y ya me quedé aquí. Sonriendo dice: “me llevo con todos, menos con el Diablo”. Hace tiempo les decía a mis amigos que quiero jurar la bandera lojana; pero ellos me decían que ya estoy viejito, y que la ley no permite a los ancianos. ¡Sin embargo, me quedé y aquí estoy!

martes, 19 de noviembre de 2019

NAÚN BRIONES, leyenda y tradición. Tomo 2

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ADQUIÉRALA






“Aquí se cuenta la vida de un hombre que solía despertarse, casi siempre, en un lugar diferente del que originalmente había elegido para dormir"
                                                                      Paco Ignacio  Taibo II

100 FASCINANTES RELATOS

recogidos de la tradición oral en los pueblos del cordón fronterizo entre Ecuador y Perú, del bandolero lojano que robaba a los ricos para regalar a los pobres.


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