EL PELUQUERO DE NAÚN
Al ubicarnos en los años de 1920 ó 1930, ya podemos imaginar la
tranquilidad con que se desenvolvía el pueblo de Gonzanamá: pocas calles y
casas en donde sus pobladores se conocían todos. En ese ambiente de paz pueblerina, mi padre
don Manuel Rodríguez Calderón, muy joven
aún, en
las actuales calles Diez de Agosto y Quito, frente al parque central,
instaló su taller de peluquería adonde acudían los caballeros para hacerse
cortar el pelo o rasurarse la barba, dice la Lic. Zoila Rodríguez, quien muy
orgullosa se siente ser la hija del peluquero del bandolero Naún Briones.
Mi papá fue peluquero toda la vida –continúa-, esa fue su fuente de trabajo. Sus clientes fijos entre otros fueron: don
Carlos Ojeda Palacios, Amadeo Ojeda, Jaime Lucio Bravo.
Le gustó mucho este oficio porque le resultaba entretenido; conocía a
personas importantes, mantenía muchos
amigos y pasaba informado de todo lo que
sucedía en el pueblo y otros lugares del país.
Falleció a la edad de 96 años.
Fuimos once hermanos de los cuales ya murieron nueve.
Siempre nos contaba la anécdota de cómo le cortó el pelo a Naún
Briones.
Decía: un día llegó a la peluquería un señor de ojos azules, no muy
alto, simpático y muy barbado quien me pidió que le hiciera el corte de pelo y le rasurara su barba. Como no podía atenderlo enseguida, le pedí
que esperara porque había tres turnos comprometidos. ¡Debía esperar!
Terminé el primer turno, luego el segundo y por último el tercero a lo
que el cliente que estaba en espera se levantó y con una voz muy varonil dijo: “por favor quiero que me corte el pelo y me rasure la barba”. Yo muy tranquilo le invité a sentarse en el
sillón, cogí las tijeras empecé a cortar su pelo y luego con la navaja bien
afilada, a rasurar su barba. Una vez
que terminé mi trabajo, él aún sentado en el sillón se alzó una parte del
poncho, metió la mano en el bolsillo para sacar la plata, vi que tenía una
pistola puesta al cinturón de su
correa. Me dijo: “gracias, si no me conoce yo soy Naún Briones”. Al escuchar esto se me heló el cuerpo,
comencé a temblar y seguramente empalidecí, ¡me puse como papel! Él me quedó mirando fijamente y me dijo: “tranquilo muchacho, tranquilo, ahí tienes
tu paga”. De entre los billetes
que cargaba, sacó uno de diez sucres, me entregó diciendo: “quédate con el vuelto”.
Insistí en darle el vuelto, pero él me repitió: “quédate con el vuelto”. Se
paró frente al espejo, se miró, se arregló su ponchito a rayas, se puso el
sombrero de falda grande y salió agradeciendo mi trabajo. Llevaba polainas, parecía que había venido
cabalgando, pero al caballo no lo vi.
Por la ropa que vestía, daba la idea de ser un buen jinete.
Los que estaban esperando otro turno se quedaron perplejos… mudos y hasta parece que se
olvidaron de hacerse cortar el pelo.
¡La sorpresa fue grande!
Después, se reían y decían: sentados conversando con Naún Briones,
¡increíble!
Mira hija, me decía: ¡qué orgullo el mío! ¡Haberle cortado el pelo y rasurado la barba
a Naún Briones! Esto también les
comentaba siempre a sus amigos y ellos admirados le decían: ¡has estado frente
al tigre!
Tomó la calle en dirección a Cariamanga y se perdió por el faical.
La gente decía que era un bandolero que les quita la plata a los ricos
para darles a los pobres. ¡Eso había
sido cierto! Por eso pensaba y decía,
está bien lo que hace este hombre; seguramente por eso me dio los diez sucres y
no quiso recibir el vuelto. Él está
siempre con las personas humildes.
Decían que siempre
venía a Gonzanamá. Pero más andaba por
el cordón fronterizo, pasaba al Perú hasta Sullana y de repente a Piura.
Mi padre siempre
terminaba reflexionando – dice la Lic. Zoila Rodríguez- ¡la actitud de Naún
aunque al margen de la ley!, plausible ¿No le parece
Loja, 7 de octubre de 2013