LOS ARRIMADOS DE LA HACIENDA CERA
“Indios
y blancos escribieron esta parte de la historia, no con tinta en los libros de
texto sino con sufrimiento humano, pesadumbre, miedo, sangre y muerte”
Jerry GentryEl barrio Cera de la parroquia Taquil, por ancestro es una comunidad de alfareros, se diría única en la provincia de Loja. Aquí se elaboran las ollas de barro que son comercializadas en todas las comunidades cercanas.
Don Celso Veliz, oriundo de este lugar, bien comunicativo
y espontáneo dice: esta zona era parte de la hacienda que pertenecía a los
señores Burneo desde tiempos coloniales; y, se extendía desde Salapa hasta
Gonzabal, es decir ocupaba gran parte de lo que hoy son las jurisdicciones de
El Valle, Taquil y Catamayo. Mis abuelitos
trabajaron en calidad de arrimados aquí.
¿Qué sabe de esta hacienda?, -le pregunto- Él responde, ahí estamos un poquito con la
historia fraccionada; pero, comentaban los abuelitos que perteneció a los
herederos de Don Juan de Salinas.
También decían que posteriormente heredó una monjita de apellido Burneo; pero ella en calidad de
religiosa no podía tener bienes, por lo que le donó a su sobrina, quien
posteriormente se casó con don Ramón Burneo.
¿Quién era don Ramón Burneo? -continúo-
Era un hombre alto, blanco, de ojos claros, simpático; pero, pobre,
pobre, pobre… ¡Así de simple!
Se casaron en Gonzabal.
Personas que aún viven dan testimonio de eso; una de ellas cuenta que su
abuelita veía como don Ramón venía por el camino real, montado en un caballo
blanco a cortejar a la chica y, después de casados vinieron a vivir aquí. Estamos hablando del año de 1700 más o
menos. Han pasado más de tres
generaciones y son los mismos Burneo,
dueños de estas tierras.
De lo que últimamente dan razón, esta hacienda pertenecía
al Dr. Vicente Burneo y, él en vida repartió a sus herederos: Salapa y
Cachipamba para la Sra. Lucha; Cera para Don Vicente y Gonzabal para Don
Alfredo, desde entonces quedó fragmentada.
Ellos fueron los últimos dueños.
Hay muchas historias que contar. Dicen que estas tierras fueron “comunales”
porque el Rey de España así lo dispuso; las otorgó para uso exclusivo de los
indígenas; sin embargo vino más gente de España, nos despojaron y sometieron al
sistema feudal.
Aquí vivían nuestros abuelos haciendo ollas de barro y
taltaquis (vasijas para guardar los granos).
Vinieron los conquistadores y los asediaron primero a los Gonzabales y
otras comunidades; entonces los Ceranos evitando someterse, huyeron a las
montañas de Zota; los de Curipamba e Ingapirca –dicen que- cavaron hoyos
profundos para familias enteras enterrarse vivos en sus taltaquis. ¡Mire usted, prefirieron morir antes que
someterse! ¡Son historias conmovedoras
que al calor del fogón nuestros abuelos contaban.
La osadía de esta gente por adueñarse de Cera, hizo de que se buscaran pretextos; cuentan
que en una ocasión se había pasado del
río para este lado una vaca de los patrones, y entonces un indígena la ahuyentó
con un perro, la vaca corre y al saltar se rueda y muere; entonces los
indígenas quisieron reponer, pero ellos no aceptaron, más bien aprovecharon
esta circunstancia para adueñarse y someternos a los que aún quedábamos; desde
ahí dicen que se extendieron más sus dominios de la hacienda incorporando las
zonas de: Chamana, Salalón, Higuerón, Cochaloma, Gentil. Cashapamba, Choras,
Curipamba y más abajito Ingapirca.
Don Lauro Lituma quien hace poco murió, tenía 102 años, decía que tiene el
documento de pertenencia de las tierras comunales emitido por el Rey de
España. Entonces junto a un señor de
apellido Malla y otro Buele, con el documento en mano se
van a Loja donde el Dr. Bayancela, quien luego de leerlo y analizarlo les
sugiere que se vayan al Ministerio de Previsión Social en Quito a reclamar,
porque esas tierras son “comunales” y les pertenece. ¡Se fueron!
Mi abuelita recuerda, que hasta altas horas de la noche trabajaban haciendo
ollas para venderlas y aportar con algo a los comisionados que se iban a Quito;
en tanto que otros vendieron sus chanchitos y otros animalitos. ¡Todos
apoyaron!
Llegó el día y los comisionados se marcharon caminando, primero a Machala,
para de ahí pasar a Guayaquil y luego a Quito, llevando en sus alforjitas
cucayo y máchica de fiambre. Cuando pasaron
Balzas, la Avanzada, Santa Rosa y Machala se sorprendieron al ver las casas
desplomadas, destruidas y en el suelo. ¡Eran
las secuelas de la Guerra del 41.
En Machala se embarcaron en el buque “Simón Bolívar” a Guayaquil; y de ahí
tomaron el tren rumbo a Quito.
Cuando llegaron al Ministerio de Previsión Social y presentaron los
documentos, se dieron cuenta que iban a fracasar porque los funcionarios se
mostraban del lado de los hacendados; además viéndolos con poncho se burlaron,
los humillaron riéndose. ¡No quiero
entrar en más detalles!, pero, la verdad es que los trataron muy mal.
Fíjese, cuando regresaron de Quito, antes que lleguen a Cera, los patrones
ya sabían todo lo ocurrido allá, pese a que en ese tiempo no había internet ni celulares.
Después de unos días, cuenta mi abuelita que vio a más de veinte soldados montados en acémilas
llegar preguntando por Lauro Lituma y
don Malla, posteriormente los botaron de la hacienda. ¡Mire! ahí en ese lugar donde sacamos el
barro para hacer las ollas había una casita, ¡la quemaron!, a las otras…
igual. Don Octavio Robalino, ese día se
casaba, entonces la fiesta no la pudo hacer, porque ya no tenía en dónde.
Este fue el precio, que pagaron nuestros abuelos por reclamar sus derechos;
para vivir con dignidad; lamentablemente
no lograron y tuvieron que seguir igual, continuar pagando las “obligaciones”,
forma de trabajo que se inventaron para cobrarnos por la prestación de las
tierras. Habían las “obligaciones
generales” consistente en realizar la limpieza de todas las acequias de la
hacienda; luego las “huasicamías”, en que cada familia tenía que vivir una
semana en la casa de hacienda deshierbando la huerta, ordeñando las vacas,
cuajando los quesillos, sacando la mantequilla, cuidando los borregos,
chanchos, pavos, cuyes y gallinas, que eran por cientos. Además
sacar y transportar los “mishques” (jugo de los pencos) para engordar
los chanchos. Para que realicen estos
trabajos el patrón no les entregaba ninguna herramienta, teniendo que los
arrimados arreglárselas como puedan. En
este son, ¡salía una familia y entraba otra!
Otra obligación que se aplicó, eran las “vaquerías”, es decir el cuidado de
todo el ganado de la hacienda; también la de llevar la providencia a la ciudad
de Loja e igual pasar allá en la casa del patrón una semana haciendo trabajos
similares a las “huasicamías”
Y para los niños menores de diez años, con el pretexto de que se les debe
enseñar a trabajar, también les
instauraron una obligación denominada el “comedimiento”, para que barran la
casa, espanten a los pájaros de las cementeras, cojan hierba para los cuyes,
boten el maíz a las gallinas, etc.
Todo el tiempo tenían que pasar cumpliendo “obligaciones”, por lo que les quedaba pocos días en el mes para
trabajar en su casa. Se daban casos que
algunos indígenas por su vejez no podían cumplir la “obligación”, entonces ésta
la heredaban los hijos.
En 1960 gracias a la Reforma Agraria aplicada en el Ecuador, se realiza la
parcelación de las haciendas y Cera no es la excepción, entonces a los
arrimados nos dieron en propiedad pequeñas parcelas, aunque la ley decía que
tienen que recibir el veinte por ciento del total, no fue así, pero bueno, algo
es algo.