¿Adoratorio aborigen o monumento natural?
La Guagua Aparishca está ahí. No se sabe desde cuándo, pero está allí
Es un hermoso monumento que sobresale en la peña, ubicada en el cerro Santa Bárbara, y que al mirarla desde un determinado ángulo, sin lugar a equivocarnos, observamos la forma de una mujer bien grande cargando en su espalda un bebé. Se calcula una altura aproximada de cien metros desde su base. Aseguran los mayores que, es un Adoratorio construido por nuestros aborígenes hace cientos de años, para rendir culto a la Pacha Mama; así mismo se comenta que por el pie de la Guagua pasaba el camino real que lo utilizaron nuestros antepasados hasta y después de la llegada de los españoles. Se dice que aún se pueden observar en los bordes de la peña, jeroglíficos y escritos que nos dejaron a su paso.
El comentario va más allá, y se cuenta que algunas personas cuando han llegado a ella, se les abre una hermosa puerta, que mirando desde afuera se quedan deslumbrados, pero que cuando quieren ingresar no han podido.
Del cerro Santa Bárbara para atrás existe una gran planada cubierta de pajonales, en donde también aseguran muchas personas, haber visto un hermoso jardín de plantas medicinales y exóticas como: caña del cerro, chuquiragua, canchalagua, trencilla, cedrón, tipillo, congona, orégano, entre otras, las mismas que son utilizadas por los curanderos de Gualel, San Lucas y aun de Chulucana que llegan en busca de estos vegetales milagrosos.
Don José Pucha, octogenario del lugar, cuenta que cuando era joven, a este lugar llegaba cada quince días para rodear el ganado suelto que tenían sus familiares, y que un día cuando estuvo en el Plan de Santa Bárbara, se dirigió por un sendero que al parecer iba a dar al camino que conduce a Santiago, y se encontró con una infinidad de piedras grandes talladas, unas con figuras humanas, otras con figuras de objetos como: cántaros y botellas. Continuó camino adentro y cuando sorpresivamente se encontró con una hermosa pirámide a la que se la conoce como: “La Piedra Paltada”. No sé quiénes la construyeron ¡Si lo gentiles o los incas! -dice- pero estaba allí. ¡Era linda, ancha, más o menos como el umbral de una puerta y sobre él se asentaba una bola de piedra de unas doce arrobas más o menos! ¡Tenía un ensamble que no se veía! Yo la iba a ver siempre, porque La Piedra Paltada era mi curiosidad.
Me fui tantas veces, hasta que en una ocasión ya no la encontré porque la habían tumbado, y a la bola de piedra la habían hecho rodar para el lado de Santiago. ¡Tampoco se supo quiénes la destruyeron! Concluyó
También dicen que los cerros: Yanatronco y la Guagua Aparishca se parecen a una pareja de casados, y que por motivos tan simples pelean, botándose barretas y varillas de plata y oro. ¡Pero siempre pierde Yanatronco!
La Guagua Aparishca está ahí. No se sabe desde cuándo, pero está allí
Es un hermoso monumento que sobresale en la peña, ubicada en el cerro Santa Bárbara, y que al mirarla desde un determinado ángulo, sin lugar a equivocarnos, observamos la forma de una mujer bien grande cargando en su espalda un bebé. Se calcula una altura aproximada de cien metros desde su base. Aseguran los mayores que, es un Adoratorio construido por nuestros aborígenes hace cientos de años, para rendir culto a la Pacha Mama; así mismo se comenta que por el pie de la Guagua pasaba el camino real que lo utilizaron nuestros antepasados hasta y después de la llegada de los españoles. Se dice que aún se pueden observar en los bordes de la peña, jeroglíficos y escritos que nos dejaron a su paso.
El comentario va más allá, y se cuenta que algunas personas cuando han llegado a ella, se les abre una hermosa puerta, que mirando desde afuera se quedan deslumbrados, pero que cuando quieren ingresar no han podido.
Del cerro Santa Bárbara para atrás existe una gran planada cubierta de pajonales, en donde también aseguran muchas personas, haber visto un hermoso jardín de plantas medicinales y exóticas como: caña del cerro, chuquiragua, canchalagua, trencilla, cedrón, tipillo, congona, orégano, entre otras, las mismas que son utilizadas por los curanderos de Gualel, San Lucas y aun de Chulucana que llegan en busca de estos vegetales milagrosos.
Don José Pucha, octogenario del lugar, cuenta que cuando era joven, a este lugar llegaba cada quince días para rodear el ganado suelto que tenían sus familiares, y que un día cuando estuvo en el Plan de Santa Bárbara, se dirigió por un sendero que al parecer iba a dar al camino que conduce a Santiago, y se encontró con una infinidad de piedras grandes talladas, unas con figuras humanas, otras con figuras de objetos como: cántaros y botellas. Continuó camino adentro y cuando sorpresivamente se encontró con una hermosa pirámide a la que se la conoce como: “La Piedra Paltada”. No sé quiénes la construyeron ¡Si lo gentiles o los incas! -dice- pero estaba allí. ¡Era linda, ancha, más o menos como el umbral de una puerta y sobre él se asentaba una bola de piedra de unas doce arrobas más o menos! ¡Tenía un ensamble que no se veía! Yo la iba a ver siempre, porque La Piedra Paltada era mi curiosidad.
Me fui tantas veces, hasta que en una ocasión ya no la encontré porque la habían tumbado, y a la bola de piedra la habían hecho rodar para el lado de Santiago. ¡Tampoco se supo quiénes la destruyeron! Concluyó
También dicen que los cerros: Yanatronco y la Guagua Aparishca se parecen a una pareja de casados, y que por motivos tan simples pelean, botándose barretas y varillas de plata y oro. ¡Pero siempre pierde Yanatronco!
LAS ESCARAMUZAS
Las escaramuzas son unas de las pocas distracciones folclóricas que se mantienen y se dan en la provincia de Loja, y que gracias a la tradición y la fe religiosa, se han popularizado en nuestro pueblo desde 1924.
Se trata de un rodeo criollo que con el pasar del tiempo ha ido tomando características tan originales y propias, que la realizan todos los años la última semana del mes de abril, los devotos de “San Vicente Ferrer”, como una “promesa de fe”.
Este singular espectáculo se inicia así: el guía principal de la escaramuza, con anticipación prepara a su gusto escenas y coreografías costumbristas, acontecimientos históricos y acrobacia sobre los caballos. Lo infaltable de todos los años es la formación de las 16 letras que componen el nombre del santo, y que los jinetes se esmeran por hacerlo mejor.
El día domingo luego de terminada la misa, con la gran bulla de cohetes y en una multitudinaria procesión encabezada por las bandas de músicos, entonando cada una canciones alegres, toda la gente del pueblo la traslada a la imagen de San Vicente Ferrer hasta la pampa de Cocheturo, y tras la procesión se enfilan más de un centenar de caballos bien aperados y adornados con atavíos diferentes, así como sus jinetes, de acuerdo a su posibilidad económica.
Los jinetes, bajo la dirección de sus guías se ubican en las cuatro esquinas de la pampa y en forma elegante y caprichosa cada uno demuestra sus destrezas en la presentación que hacen ya en trote, así como en carrera, dando colorido a la coreografía preparada.
Por otro lado están los “disfrazados”: monos, osos y negras, que con una olla de colada de harina de maíz, con la cuchara “mama” les echan o les frotan a todos los curiosos e impertinentes que cometen el desorden y los amontonamientos. Esta es una forma tan original de controlar el orden a fin de proveer el espacio adecuado por donde tienen que correr los jinetes.
Mientras se realizan las carreras que duran aproximadamente dos horas, al finalizar, comienzan los jinetes a sacar de sus alforjas: naranjas, maduros, limones dulces y manzanas que llevan para lanzar al público. Es un espectáculo maravilloso. Los niños y aún los ancianos se forcejean por coger una fruta. En algunas ocasiones lanzan al público hasta aves de corral, y ahí es más llamativo el espectáculo.
Mientras tanto los priostes de la fiesta se ubican con ollas grandes llenas de “aguado de leche” (mezcla de leche con panela y aguardiente) en algunas esquinas de las calles del pueblo y en la pampa de Cocheturo para brindar a todos los concurrentes sin distinción de clase, edad ni sexo.
ORIGEN DE LAS ESCARAMUZASNo se conoce con precisión desde cuándo se realizan las escaramuzas en Chuquiribamba, pero de lo que se tiene datos concretos es que en 1924, el cura párroco Dr. Carlos Eguiguren R., mandó a tallar la imagen de San Vicente Ferrer, y para la celebración de la fiesta lo nombró como su síndico al señor Abelardo Puchaicela quien ocupó esta función por algunos años.
Junto a la devoción de San Vicente Ferrer en la celebración anual de sus fiestas, se popularizaron “las escaramuzas” o “carrera de caballos”; folclórica y tradicional distracción popular que se conserva hasta la actualidad, y que cada vez va tomando características muy originales. Se dice que esta distracción popular la realizaban en la parroquia de Malacatos hace unos 50 años; en la actual parroquia de Chantaco hace unos 25 años; y en Gualaceo perteneciente a la provincia del Azuay hace unos 9 años pero en todos estos lugares con características diferentes.
El síndico de la fiesta de San Vicente Ferrer, nombra un “alcalde de escaramuzas” (dignidad honorífica muy solicitada), el mismo que se encarga de la organización del evento que se realiza el último domingo del mes de abril de cada año; éste nombra a los “guías principales” y éstos con algunas semanas de anticipación comienzan a preparar el espectáculo consistente en coreografías costumbristas e históricas, para representarlas en público en la pampa de Cocheturo. El día de la presentación se suman jinetes hombres y mujeres, con sus respectivos caballos, de todas las parroquias aledañas como una “promesa de fe y devoción”. Muchos de ellos lo hacen por un determinado número de años, en tanto que otros por toda la vida.
El día de las “escaramuzas”, desde la iglesia matriz del pueblo, millares de feligreses en procesión conducen a la imagen de San Vicente Ferrer hasta la tradicional pampa de Cocheturo. Encabezan la procesión las bandas populares de músicos del lugar entonando ritmos alegres, y tras la procesión se enfilan centenares de jinetes con sus respectivos caballos para participar en las esperadas “escaramuzas”.
El evento dura de 90 a 120 minutos, y mientras se desarrolla el espectáculo, los organizadores reparten “aguado de leche” a todo el público, las bandas de músicos entonan constantemente melodías alegres, y los pirotécnicos revientan cohetes y lanzan globos al espacio, mientras que por otro lado las negras disfrazadas y los payasitos entretienen a los niños. Unos 15 minutos antes de finalizar el espectáculo, todos los jinetes mientras cabalgan sus caballos, de sus alforjas lanzan al público: naranjas, limones dulces, mandarinas y manzanas, en cantidades considerables.
Desde 1924 hasta la presente fecha se han desempeñado los siguientes “alcaldes de escaramuzas”: Luis Bautista, Rosa Agüinsaca, Aniceto Guachanamá, Martín Buri y David Tambo; y como “guías principales”: Víctor Pucha, Segundo Tene Valle, José Guachanamá, Pío Puchaicela, Manuel Puchaicela, Lauro Guachanamá, David Tambo, entre otros.
Las escaramuzas son unas de las pocas distracciones folclóricas que se mantienen y se dan en la provincia de Loja, y que gracias a la tradición y la fe religiosa, se han popularizado en nuestro pueblo desde 1924.
Se trata de un rodeo criollo que con el pasar del tiempo ha ido tomando características tan originales y propias, que la realizan todos los años la última semana del mes de abril, los devotos de “San Vicente Ferrer”, como una “promesa de fe”.
Este singular espectáculo se inicia así: el guía principal de la escaramuza, con anticipación prepara a su gusto escenas y coreografías costumbristas, acontecimientos históricos y acrobacia sobre los caballos. Lo infaltable de todos los años es la formación de las 16 letras que componen el nombre del santo, y que los jinetes se esmeran por hacerlo mejor.
El día domingo luego de terminada la misa, con la gran bulla de cohetes y en una multitudinaria procesión encabezada por las bandas de músicos, entonando cada una canciones alegres, toda la gente del pueblo la traslada a la imagen de San Vicente Ferrer hasta la pampa de Cocheturo, y tras la procesión se enfilan más de un centenar de caballos bien aperados y adornados con atavíos diferentes, así como sus jinetes, de acuerdo a su posibilidad económica.
Los jinetes, bajo la dirección de sus guías se ubican en las cuatro esquinas de la pampa y en forma elegante y caprichosa cada uno demuestra sus destrezas en la presentación que hacen ya en trote, así como en carrera, dando colorido a la coreografía preparada.
Por otro lado están los “disfrazados”: monos, osos y negras, que con una olla de colada de harina de maíz, con la cuchara “mama” les echan o les frotan a todos los curiosos e impertinentes que cometen el desorden y los amontonamientos. Esta es una forma tan original de controlar el orden a fin de proveer el espacio adecuado por donde tienen que correr los jinetes.
Mientras se realizan las carreras que duran aproximadamente dos horas, al finalizar, comienzan los jinetes a sacar de sus alforjas: naranjas, maduros, limones dulces y manzanas que llevan para lanzar al público. Es un espectáculo maravilloso. Los niños y aún los ancianos se forcejean por coger una fruta. En algunas ocasiones lanzan al público hasta aves de corral, y ahí es más llamativo el espectáculo.
Mientras tanto los priostes de la fiesta se ubican con ollas grandes llenas de “aguado de leche” (mezcla de leche con panela y aguardiente) en algunas esquinas de las calles del pueblo y en la pampa de Cocheturo para brindar a todos los concurrentes sin distinción de clase, edad ni sexo.
ORIGEN DE LAS ESCARAMUZASNo se conoce con precisión desde cuándo se realizan las escaramuzas en Chuquiribamba, pero de lo que se tiene datos concretos es que en 1924, el cura párroco Dr. Carlos Eguiguren R., mandó a tallar la imagen de San Vicente Ferrer, y para la celebración de la fiesta lo nombró como su síndico al señor Abelardo Puchaicela quien ocupó esta función por algunos años.
Junto a la devoción de San Vicente Ferrer en la celebración anual de sus fiestas, se popularizaron “las escaramuzas” o “carrera de caballos”; folclórica y tradicional distracción popular que se conserva hasta la actualidad, y que cada vez va tomando características muy originales. Se dice que esta distracción popular la realizaban en la parroquia de Malacatos hace unos 50 años; en la actual parroquia de Chantaco hace unos 25 años; y en Gualaceo perteneciente a la provincia del Azuay hace unos 9 años pero en todos estos lugares con características diferentes.
El síndico de la fiesta de San Vicente Ferrer, nombra un “alcalde de escaramuzas” (dignidad honorífica muy solicitada), el mismo que se encarga de la organización del evento que se realiza el último domingo del mes de abril de cada año; éste nombra a los “guías principales” y éstos con algunas semanas de anticipación comienzan a preparar el espectáculo consistente en coreografías costumbristas e históricas, para representarlas en público en la pampa de Cocheturo. El día de la presentación se suman jinetes hombres y mujeres, con sus respectivos caballos, de todas las parroquias aledañas como una “promesa de fe y devoción”. Muchos de ellos lo hacen por un determinado número de años, en tanto que otros por toda la vida.
El día de las “escaramuzas”, desde la iglesia matriz del pueblo, millares de feligreses en procesión conducen a la imagen de San Vicente Ferrer hasta la tradicional pampa de Cocheturo. Encabezan la procesión las bandas populares de músicos del lugar entonando ritmos alegres, y tras la procesión se enfilan centenares de jinetes con sus respectivos caballos para participar en las esperadas “escaramuzas”.
El evento dura de 90 a 120 minutos, y mientras se desarrolla el espectáculo, los organizadores reparten “aguado de leche” a todo el público, las bandas de músicos entonan constantemente melodías alegres, y los pirotécnicos revientan cohetes y lanzan globos al espacio, mientras que por otro lado las negras disfrazadas y los payasitos entretienen a los niños. Unos 15 minutos antes de finalizar el espectáculo, todos los jinetes mientras cabalgan sus caballos, de sus alforjas lanzan al público: naranjas, limones dulces, mandarinas y manzanas, en cantidades considerables.
Desde 1924 hasta la presente fecha se han desempeñado los siguientes “alcaldes de escaramuzas”: Luis Bautista, Rosa Agüinsaca, Aniceto Guachanamá, Martín Buri y David Tambo; y como “guías principales”: Víctor Pucha, Segundo Tene Valle, José Guachanamá, Pío Puchaicela, Manuel Puchaicela, Lauro Guachanamá, David Tambo, entre otros.
LA MASACRE DEL 6 DE ABRIL
Esto sucedió hace cincuenta años, allá en Chuquiribamba, dijo Mama Ignacia. Fue el seis de abril de 1946.
Recuerdo que el domingo, después de “misa de doce”, cuando el Teniente Político llegaba montado en su caballo, para desde el pretil de la iglesia, leer el “bando” y ordenar a la gente de los barrios para que se vayan a trabajar en la construcción de la carretera (en Molletingo), menos pensado, doña Inocencia Valle, de un golpe en la nuca lo tumbó del caballo y en ese instante se armó el alboroto. Toda la gente que estaba en el parque, se amontonó y luego se dividieron en grupos, unos a favor y otros en contra. En primera instancia se terciaron a golpes, luego con la bulla de gritos y disparos se dispersaron. Mientras eso sucedía aquí, otros intentaron tomarse el destacamento de policía y dos jóvenes recién salidos del cuartel corrieron a las inmediaciones de Chantaco para cortar la línea telegráfica.
Fue un día muy triste, porque en esa pelea, entre la gente de los barrios con los mestizos que vivían en el pueblo, los policías nos disparaban al cuerpo y sin compasión. Después, solamente se escuchaban gritos de dolor de los heridos, y el lamento de las familias de los fallecidos. Murieron cuatro.
Después, los cadáveres, tendidos en la calle pasaron tres días, y nadie podía tocarlos hasta que lleguen las autoridades de Loja, para hacer el levantamiento y enterrarlos. Durante esos días, reinaba el silencio y la soledad en el pequeño parque y las estrechas calles del pueblo. Nadie salía, todos veían desde las ventanas, temerosos a que se repita un nuevo incidente.
El motivo de este suceso, fue el abuso de autoridad por parte de los mestizos, quienes trataban de someternos.
Nos prohibían caminar después del medio día por las calles del pueblo. Éramos humillados, maltratados y encarcelados por cosas simples. A nuestros maridos y también a nuestros hijos los enviaban a trabajar constantemente en las carreteras sin ninguna remuneración, y tenían que trasladarse por algunos días con su propia herramienta y comida.
Una tarde, Polibio se quedó en el pueblo, entonces lo habían encarcelado. Al siguiente día, lo encontramos en el calabozo agonizando. Después nos contó, que los policías le golpearon y luego a la media noche le bañaron en las heladas aguas de la quebrada de Cocheturo.
Esta fue la gota que derramó el vaso y el enfrentamiento de la gente de los barrios se dio ese domingo.
Francisco Pucha, indica la huella del balazo que le propinaron en la ceja, –sonriendo dice- “cuando no le llega la hora, ni con bala se muere”. A mí no me pasó nada, pero desde el ciprés en donde estaba escondido, vi como la mataron a Julia Medina, esto fue en la cancha, frente a la escuela. Quiso defenderla Emilio Guachanamá, pero los policías lo hicieron correr. La fachada de la iglesia quedó agujereada de tanto disparo. Más abajito el policía Córdoba, “tan, tan, tan” le echó tres balazos a Manuel Reinoso, quiso hablar, pero se desplomó. Otro policía desde la esquina de la iglesia, a Víctor Pucha lo hirió en el estómago, lo cogimos y corrimos llevándolo a esconderlo en la casa de Javier Sinche, vino taita cura y quiso confesarlo; pero el policía Riascos, un negro altote, creyéndolo culpable, en la cama le propinó un tiro en la cabeza y murió de inmediato. En ese mismo lugar también lo mataron a Raúl Sinche.
A la Clotilde de un balazo le volaron los dedos de la mano derecha; a Teodoso Loarte le dispararon en las piernas, y a otros los hirieron gravemente. Después supimos que treinta y dos heridos se convalecían.
Esto fue una gran novedad, por eso, temerosos de que se sumen los barrios de los pueblos vecinos, pidieron refuerzo policial a Loja. Más de treinta policías vinieron.
Después, a todos los cabecillas nos buscaban para matar. Los policías bajaban por Tierra Blanca a Pordel, disfrazados con sombreros y ponchos, registrando casa por casa. Mi mujer y yo, nos escondíamos en Chilpa, cerca del cerro Santo Domingo; la Inocencia, debajo de una chorrera de agua que estaba frente a su casa; Polibio con la María cerca de Santa Bárbara, en la casa de don Abel Medina; Agustín con la Ignacia, en la loma de Cubilán, y Lauro, abajo en la chorrera de Torata. Desde ahí se abolió el trabajo en las carreteras, aquí y en todos los pueblos de la provincia –concluyó-
Esto sucedió hace cincuenta años, allá en Chuquiribamba, dijo Mama Ignacia. Fue el seis de abril de 1946.
Recuerdo que el domingo, después de “misa de doce”, cuando el Teniente Político llegaba montado en su caballo, para desde el pretil de la iglesia, leer el “bando” y ordenar a la gente de los barrios para que se vayan a trabajar en la construcción de la carretera (en Molletingo), menos pensado, doña Inocencia Valle, de un golpe en la nuca lo tumbó del caballo y en ese instante se armó el alboroto. Toda la gente que estaba en el parque, se amontonó y luego se dividieron en grupos, unos a favor y otros en contra. En primera instancia se terciaron a golpes, luego con la bulla de gritos y disparos se dispersaron. Mientras eso sucedía aquí, otros intentaron tomarse el destacamento de policía y dos jóvenes recién salidos del cuartel corrieron a las inmediaciones de Chantaco para cortar la línea telegráfica.
Fue un día muy triste, porque en esa pelea, entre la gente de los barrios con los mestizos que vivían en el pueblo, los policías nos disparaban al cuerpo y sin compasión. Después, solamente se escuchaban gritos de dolor de los heridos, y el lamento de las familias de los fallecidos. Murieron cuatro.
Después, los cadáveres, tendidos en la calle pasaron tres días, y nadie podía tocarlos hasta que lleguen las autoridades de Loja, para hacer el levantamiento y enterrarlos. Durante esos días, reinaba el silencio y la soledad en el pequeño parque y las estrechas calles del pueblo. Nadie salía, todos veían desde las ventanas, temerosos a que se repita un nuevo incidente.
El motivo de este suceso, fue el abuso de autoridad por parte de los mestizos, quienes trataban de someternos.
Nos prohibían caminar después del medio día por las calles del pueblo. Éramos humillados, maltratados y encarcelados por cosas simples. A nuestros maridos y también a nuestros hijos los enviaban a trabajar constantemente en las carreteras sin ninguna remuneración, y tenían que trasladarse por algunos días con su propia herramienta y comida.
Una tarde, Polibio se quedó en el pueblo, entonces lo habían encarcelado. Al siguiente día, lo encontramos en el calabozo agonizando. Después nos contó, que los policías le golpearon y luego a la media noche le bañaron en las heladas aguas de la quebrada de Cocheturo.
Esta fue la gota que derramó el vaso y el enfrentamiento de la gente de los barrios se dio ese domingo.
Francisco Pucha, indica la huella del balazo que le propinaron en la ceja, –sonriendo dice- “cuando no le llega la hora, ni con bala se muere”. A mí no me pasó nada, pero desde el ciprés en donde estaba escondido, vi como la mataron a Julia Medina, esto fue en la cancha, frente a la escuela. Quiso defenderla Emilio Guachanamá, pero los policías lo hicieron correr. La fachada de la iglesia quedó agujereada de tanto disparo. Más abajito el policía Córdoba, “tan, tan, tan” le echó tres balazos a Manuel Reinoso, quiso hablar, pero se desplomó. Otro policía desde la esquina de la iglesia, a Víctor Pucha lo hirió en el estómago, lo cogimos y corrimos llevándolo a esconderlo en la casa de Javier Sinche, vino taita cura y quiso confesarlo; pero el policía Riascos, un negro altote, creyéndolo culpable, en la cama le propinó un tiro en la cabeza y murió de inmediato. En ese mismo lugar también lo mataron a Raúl Sinche.
A la Clotilde de un balazo le volaron los dedos de la mano derecha; a Teodoso Loarte le dispararon en las piernas, y a otros los hirieron gravemente. Después supimos que treinta y dos heridos se convalecían.
Esto fue una gran novedad, por eso, temerosos de que se sumen los barrios de los pueblos vecinos, pidieron refuerzo policial a Loja. Más de treinta policías vinieron.
Después, a todos los cabecillas nos buscaban para matar. Los policías bajaban por Tierra Blanca a Pordel, disfrazados con sombreros y ponchos, registrando casa por casa. Mi mujer y yo, nos escondíamos en Chilpa, cerca del cerro Santo Domingo; la Inocencia, debajo de una chorrera de agua que estaba frente a su casa; Polibio con la María cerca de Santa Bárbara, en la casa de don Abel Medina; Agustín con la Ignacia, en la loma de Cubilán, y Lauro, abajo en la chorrera de Torata. Desde ahí se abolió el trabajo en las carreteras, aquí y en todos los pueblos de la provincia –concluyó-
EL HOMBRE MÁS VIEJO DE CHUQUIRIBAMBA
Chuquiribamba es la parroquia rural más antigua de la provincia de Loja. Desde tiempos inmemoriales se ha destacado por ser un pueblo de músicos cuya fama y connotación ha trascendido los linderos patrios.
Su orografía, sus paisajes y su clima frío, han sido factores determinantes para que su población goce de buena salud y viva edades superiores a la de los parámetros normales, tal es el caso de don Venancio Loarte Michay, quien según afirman sus familiares tiene no menos de ciento diez años.
Fueron cinco hermanos (Manuel, Aurora, Rosa y Magdalena), todos ya murieron. De lo que recuerda es, que su última hermana falleció hace 74 años. Nunca se casó, por lo que no tiene descendencia. Tuvo 11 sobrinos de los que la mayoría también ya han muerto, Mariana es una de ellas que en la actualidad tiene 85 años, dice que de niña lo recuerda a su tío como un joven maduro.
El “compadre Venancio” lo llaman cariñosamente, porque desde los 18 años de edad, sus amigos lo escogían para “hacerle marcar el guagua” para que se bautice o confirme; razón por la que en vez de hijos llegó a tener 121 ahijados e igual número de compadres. Dice que la mayoría de ellos ya han muerto y los que aún quedan, viven en Machala, Zaruma, el Oriente, Catamayo, Ambocas, Huiñacapa y otros lugares.
Como todo buen católico, gustaba servir a Dios y al prójimo, es por esta razón que se desempeñó por algunas ocasiones como Prioste de la Virgen del Cisne, 15 años; prioste de San Vicente Ferrer, 12 años; prioste de la Virgen de la Purificación, 2 años; prioste de Corpus Cristi, 2 años; Llavero de Semana Santa, 2 años; Taita Amito del Niño Dios, 3 años, y así otros cargos.
Nunca se enfermó, ni ha sido atendido por médico alguno. Él atribuye su buena salud al trabajo diario y a la buena alimentación que tuvo de niño y joven.
Recuerda con nostalgia los viajes que realizaba en acémilas, desde Chuquiribamba a Zaruma, Portovelo, Piñas, Catacocha, Cariamanga y otros lugares, llevando a vender granos, cebolla, ajo, cuyes, gallinas, huevos y más productos de la zona.
Este personaje, es un humilde agricultor que nació en el barrio Pordel, aproximadamente en el año de 1896. No consta en los archivos del Registro Civil, por lo que nunca se ceduló ni tampoco acudió a las urnas para elegir a candidato alguno.
Si la muerte le llega, no será por enfermedad alguna, sino por los años que lleva por delante y el debilitamiento de sus fuerzas físicas que cada día le van restando. Datos: Sus padres fueron: don Julián Loarte y doña Matilde Michay. Falleció el 11 de octubre de 2007.
Su orografía, sus paisajes y su clima frío, han sido factores determinantes para que su población goce de buena salud y viva edades superiores a la de los parámetros normales, tal es el caso de don Venancio Loarte Michay, quien según afirman sus familiares tiene no menos de ciento diez años.
Fueron cinco hermanos (Manuel, Aurora, Rosa y Magdalena), todos ya murieron. De lo que recuerda es, que su última hermana falleció hace 74 años. Nunca se casó, por lo que no tiene descendencia. Tuvo 11 sobrinos de los que la mayoría también ya han muerto, Mariana es una de ellas que en la actualidad tiene 85 años, dice que de niña lo recuerda a su tío como un joven maduro.
El “compadre Venancio” lo llaman cariñosamente, porque desde los 18 años de edad, sus amigos lo escogían para “hacerle marcar el guagua” para que se bautice o confirme; razón por la que en vez de hijos llegó a tener 121 ahijados e igual número de compadres. Dice que la mayoría de ellos ya han muerto y los que aún quedan, viven en Machala, Zaruma, el Oriente, Catamayo, Ambocas, Huiñacapa y otros lugares.
Como todo buen católico, gustaba servir a Dios y al prójimo, es por esta razón que se desempeñó por algunas ocasiones como Prioste de la Virgen del Cisne, 15 años; prioste de San Vicente Ferrer, 12 años; prioste de la Virgen de la Purificación, 2 años; prioste de Corpus Cristi, 2 años; Llavero de Semana Santa, 2 años; Taita Amito del Niño Dios, 3 años, y así otros cargos.
Nunca se enfermó, ni ha sido atendido por médico alguno. Él atribuye su buena salud al trabajo diario y a la buena alimentación que tuvo de niño y joven.
Recuerda con nostalgia los viajes que realizaba en acémilas, desde Chuquiribamba a Zaruma, Portovelo, Piñas, Catacocha, Cariamanga y otros lugares, llevando a vender granos, cebolla, ajo, cuyes, gallinas, huevos y más productos de la zona.
Este personaje, es un humilde agricultor que nació en el barrio Pordel, aproximadamente en el año de 1896. No consta en los archivos del Registro Civil, por lo que nunca se ceduló ni tampoco acudió a las urnas para elegir a candidato alguno.
Si la muerte le llega, no será por enfermedad alguna, sino por los años que lleva por delante y el debilitamiento de sus fuerzas físicas que cada día le van restando. Datos: Sus padres fueron: don Julián Loarte y doña Matilde Michay. Falleció el 11 de octubre de 2007.
visite Loja no se arrepentira,es bello acogedor
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